martes, 6 de octubre de 2009

Filosofía oficial

“En Argentina no hay pelotudo que no tenga un blog. Y ponelo en negrita. A la mayoría de los que escriben blog un buen jefe de redacción le metería una patada en el culo y los echaría por la pésima prosa que tienen…” José Pablo Feinmann

La buena prosa del autor de “Ni el tiro del final” ha logrado que el jefe de redacción de Página 12 no le pegue una patada en el culo. De hecho, sigue publicando allí sus columnas con regularidad, como la del 27 de setiembre pasado, titulada “Conferencia en el Libertador”.
Conferencia que él mismo había dado por disposición de la ministra de Defensa, Nilda Garré, y que obedeció un general. (Lo bien que hizo, que para obedecer al poder civil están).
Feinmann repite allí que ha llegado en taxi, tipo de mención que es muy habitual en él. En su libro “Filosofía y Nación” cuenta que mientras iba en colectivo soñó con fundar una filosofía argentina. Así que ahora, recién bajado del taxi, hay que ver qué se propone. Por lo pronto, la columna es un alarde de su bella prosa, una inacabable repetición de frasecitas.
““Subimos la gran escalinata, entramos y estoy ahora en un hall imponente. Son los grandes espacios del poder. Uno tiene que sentirse pequeño en ellos. Conmigo lo consiguen. Toda esa imponencia me puede”.
Aunque ha sido el poder de un gobierno nacional el que ha querido que Feinmann diera su conferencia en el Libertador, Feinmann escoge representarse como un pequeñito, casi como una víctima del poder. “¿Qué hago aquí? Nunca pensé entrar aquí. Y ahora estoy tan optimista que hasta creo que también voy a salir.” Y hasta sus amigos, cuenta en su columna, le sugieren un poco en broma y un poco en serio que lo podrían haber dejado adentro.
Da un poco de pena y de risa un filósofo que para no sentirse culpable de estar tan ligado al poder, pretende mostrase como su potencial víctima.
Pero este hombre también tiene la valentía de enfrentarse a sus propios prejuicios. En el ascensor, se pregunta de dónde había sacado que los militares no pueden ser buenos. Claro que sí pueden ser buenos, deja traslucir después, aunque no tanto por la sonrisa del general que luego tiene en frente, sino porque el militar ha leído muchos de sus libros.
“Además, profesor, usted es un referente de nuestra cultura y queremos oír lo que tenga para decirnos”. Imposible mayor demostración de bondad. Imposible también, indicación más certera de las referencias culturales indispensables para los que buscan ascender hoy en la carrera militar.
La frase, sin embargo, encierra más sentidos: frente a Feinmann, el general ha dejado de ser un militar que actúa por obediencia, para convertirse el representante de un “nosotros” que , tras deliberarlo, han decidido convocar al filósofo. No está de más: el columnista de Página 12 no quiere ser confundido con alguien que adoctrina a unos militares que lo a escuchan por obediencia.
Frente a ellos, hablará durante hora y cuarenta y cinco minutos.
Les pide que se circunscriban a la defensa del territorio nacional, y es imposible no preguntarse si no piensa de sí mismo que es el filósofo garante de la doctrina nacional.
Les da su singular versión de Sarmiento, a quien valora con el extraño recurso de hacerle decir lo que no dijo. En efecto, para Feinmann, Sarmiento estaba enamorado de Facundo Quiroga: su única prueba es que no escribió sobre Paz, ni sobre Moreno, sino sobre el caudillo que enarbolaba el lema “Religión o Muerte”. Así convierte al autor del Facundo en un juguete de la astucia de la historia o de la razón: muy ilustrado él, no se dio cuenta que al escribir estaba enalteciendo al bárbaro que parecía condenar.
También tiene tiempo para extenderse sobre una idea a la que dedicó horas de estudio: que el capitalismo es un sistema cuyo axioma esencial es la desigualdad y que el socialismo fracasó. No hace falta mucha hermenéutica para inferir que el columnista de Página 12 fue a inculcar a los oficiales del Ejército que los argentinos estamos condenados –no al éxito como decía Duhalde- sino a la tercera posición. Esto es, al peronismo.
Feinmann deja su más bella prosa para el final. Invoca el sueño de un país “para todos, en el que todos trabajen dignamente, coman, se vistan, aprendan. Un país en el que los niños estudien y no se desmayen por hambre en las aulas”.
Y remata, esperando el aplauso: “Nadie sabe si es posible. Pero debemos saber que es necesario”.
Habrá que investigar qué regímenes apoyaron los filósofos que pretendieron descubrir las necesidades históricas. En el caso de Feinmann, ya sabemos de su admiración por los gobiernos autoritarios que “hicieron algo por los pobres”.
Allá él con sus autores alemanes, a los que no cita sólo para seguir fungiendo de filósofo nacional. Por mi parte, pienso justamente al revés: que es posible un país en el que los niños estudien y no se desmayen por hambre en las aulas. Y que todos tenemos la obligación de saber que ninguna fatalidad, ninguna necesidad, ni régimen alguno, lo garantiza.
Concluyo. ¿Puede haber algo más peligroso que un filósofo oficial que hable de necesidades históricas a los militares?

domingo, 20 de septiembre de 2009

Sigan participando

Ya se podía decir, con un poquito de exageración, que las elecciones son una lotería: dada la vaguedad general de los discursos de campaña, nadie puede predecir con qué saldrá el candidato en caso de ser elegido.
Pero desde este año lo de lotería no es una metáfora: es una estrategia establecida entre algunos candidatos. En junio, un ahora diputado nacional electo rifó un auto para llenar el Delmi; luego se hizo propaganda con una foto hablándole a la multitud, que no había ido a escucharlo hablar de moral, familia y servicio militar obligatorio, sino a ver si el acaso le deparaba un auto.
El Frente Salteño ha tomado debida nota de la eficacia democrática de los sorteos. En la sede de España y 20 de Febrero un hombre reparte entusiasmado los boletas de sus candidatos con un billete adentro, un billete para participar del sorteo de unas computadoras.
“Participando ganamos todos” dice la primera frase: ya no se sabe si está hablando de democracia o de una timba con premios consuelo. Luego, invita a responder una pregunta cultural para tener chances: ¿Quién es el primer candidato a diputado provincial?
Y por último el elector – jugador debe asentar nombre, apellido, teléfono y correo (¡no en la boleta, claro, sino en el cupón del sorteo!). Curioso y además predictivo: los candidatos brindan nombre, foto y currículum, nada de dirección ni de teléfono: en caso de quejas, sírvase dirigirse a Magoya.
Ahora pídale usted una plataforma. Sólo le darán un volante con algunas frases auto acusatorias. “Estamos cansados de políticos que no trabajan, de los que prometen mucho y después no cumplen, y de los que usan los dineros de los salteños para su propio beneficio”, dicen los candidatos que, sin ruborizarse, reconocen también que ejercieron durante años toda clase de cargos políticos.
En realidad lo que ya comienza a cansar, o debería, es el desfile de frases huecas cada dos años, ese vacío cada vez más notorio de quienes sólo apetecen obtener una banca, aprovechando las debilidades de una democracia que hasta les consiente convertirla en una timba.
O tal vez tengan razón y, con el objetivo de aumentar la concurrencia a las urnas, haya que profundizar las singulares innovaciones políticas que hemos inventado los salteños El presidente de mesa, por ejemplo, podría dar a cada votante un numerito, no bien deposita el sobre en la urna. A las 12 de la noche el candidato proclamado ganador sería el encargado de sortearlos y de entregar el 0 kilómetro, si el suertudo apareciera enseguida. Luego, mirando la pantalla con su sonrisa más falsa, exclamaría: ¡sigan participando!

martes, 1 de septiembre de 2009

Dos identidades

Hasta los años 70 Vaqueros era solo una parada para comprar sandías de aquellos que en verano iban a refrescarse al río Caldera o se aventuraban a Jujuy por la cornisa. Qué había a los costados de la ruta, a pocos interesaba: algunas hectáreas de tabaco con sus estufas de adobe, un puñado de huertas, ranchos, un par de salas viejas, y algún arroyo que bajaba de la serranía.
Cuarenta años después Vaqueros tiene, en ciertas zonas, más aspecto de barrio residencial que de paraje campestre, aunque por momentos el amante de la flanerie se encuentre con un derruido criadero de gallinas, o una estufa que ya no quema, vestigios de un pasado bucólico del que no queda memoria. Convertido en símbolo del utópico regreso a la naturaleza, hogaño abundan en el pueblo las casas quintas de geólogos, músicos, artistas de todo pelaje, periodistas, biólogos, antropólogos y también de mi peluquero.
La tradición urbana aún transmite que hace pocos años un grupo de familias fundó una comunidad inspirada en las enseñanzas del profeta anti occidental y anticapitalista Lanza del Vasto en la que todo se tenía en común. No obstante, actualmente cada residente de las casas quintas de Vaqueros tiene su propia cuatro por cuatro y su propia tarjeta de crédito, aunque a veces hacen causa común para vacacionar en las playas de Brasil.
Vaqueros, sin embargo, tiene otra, aunque efímera, identidad. El último domingo de agosto de cada año, ritualmente, agentes de tránsito cortan el puente y obligan a los automovilistas a cruzar el río por medio del cauce seco. Entonces desembarcan sobre la banquina de la ruta los feriantes. Van a hacer su agosto o, por lo menos, a terminar de pasar agosto. Uno ha comprado cuatro kilos de milanesa, dos de tomate y tres plantas de lechuga, y los ofrece en sandwich al viandante como un manjar exquisito. Otro rescata su viejo arco de hierro, lo adorna con una red y desafía a los chicos a derribar, con un tiro penal, cinco latas apiladas en forma de pirámide: el que acierta gana dos pesos. Tres mocosos y sus padres hacen fila y piensan que serán Palermo, ignorando que una vez el boquense erró tres penales contra Brasil. Al lado, una mujer ofrece en vano buñuelos recién cocidos en aceite, bajo un sol de 35 grados y con el aroma de la bosta de los caballos que acaban de pasar. Mientras, un gaucho recién estrenado y con piercing en la oreja lee, durante minutos, el sobre metálico y cerrado en vacío que un vendedor ofrece en su mesita: está escrito en chino o en japonés, vaya uno a saber, y ha de guardar algún polvo inefable para combatir las hemorroides, la artritis o la impotencia.
¿De dónde ha salido toda esta gente que va y viene sobre el asfalto en ebullición, que conversa, mastica, bebe, compra, vende, pasea, se divierte, y también se persigna al paso del santo de la espiga? Arriba, en la iglesia circular de los curas azules, San Cayetano – el patrono del pan y del trabajo- los mira y tal vez piense que sus devotos no pretenden volver a ningún pasado bucólico, ni sueñen con una utopía. Sólo quieren sobrevivir al día.

domingo, 23 de agosto de 2009

En vez Araujo, Marcelo

Ahora que el antiguo relator de los goles secuestrados está relatando los actuales goles liberados –Marcelo Araujo- me viene un pensamiento: La televisión pública es como la muerte, de repente hace a las personas más buenas. A Grondona –que era un cómplice de los secuestradores pero vio con claridad que era más beneficioso convertirse en víctima inocente- también. La Argentina es un país de mutantes. O donde nada está donde parece estar, ni ser lo que parece. Que los goles sean gratuitos, ¿garantiza que el fútbol haya dejado de ser un vil negocio? Se me ocurre en este momento una asociación improcedente. Que en la cima del cerro de la Virgen no se cobre un centavo para caer desmayado a los pies de la vidente, ¿asegura que las apariciones sean un fenómeno exclusivamente religioso, no afectado por el despreciable lucro de empresas inmobiliarias y turísticas? Para mí que la gratuidad, como la virginidad, hace mucho ha dejado de ser sinónimo de pureza. Si de verdad se asume que el Estado ha de hacerse cargo del entretenimiento de sus súbditos, no sólo debió proclamar la gratuidad de los goles: también debió prohibir la publicidad en los partidos. Pero nunca lo hará, porque tiene que recuperar los 600 millones anuales que dará al antiguo cómplice. El fútbol es un negocio redituable, lo han repetido los funcionarios y repetidores, asumiendo el discurso de sus opositores preocupados por el déficit. Pero ahora el negocio lo hace el Estado, que compra goles y vende avisos, como lo hacían los antiguos secuestradores. El gobierno lo hizo: terminó con los negociantes del fútbol haciendo asumir al Estado su identidad. Mató al monopolio, apropiándose de sus prácticas. Terminó con los relatos del secuestrador Araujo, contratando a Marcelo.

lunes, 10 de agosto de 2009

El gobierno guarda en secreto una resolución sobre Plumada

El gobierno de Juan Manuel Urtubey guarda en secreto bajo siete llaves los términos de una modificación del contrato de la provincia con Plumada aprobada por el gobernador Juan Carlos Romero en diciembre de 2007, diez días antes de concluir su gobierno. El ministerio de Finanzas y Obras Públicas de la Provincia, a cargo de Carlos Parodi, se niega a entregar la resolución en la que se detallan las condiciones con las que la empresa estaría prestando servicios desde esa fecha.
“Mire, el ministro está haciendo un curso y no ha tenido tiempo de ver el expediente. Vuelva el lunes”. Una empleada de la asesoría jurídica contesta de esa manera luego de dos solicitudes verbales y una por escrito para obtener copia de la resolución 686/7 firmada por el entonces ministro de Hacienda, Javier David.
Tampoco el gobierno de Romero hizo esfuerzo alguno para publicitar los términos de la resolución, ratificada por el decreto 3489 del 30 de noviembre de 2007. El decreto fue publicado en el Boletín Oficial del 12 de diciembre de 2007, pero no la resolución.
Los considerandos del decreto, sin embargo, señalan que por la resolución 686/7 “se aprueba la adenda al contrato original suscripta entre la Secretaría de Infraestructura Urbana y financiamiento internacional y la empresa Plumada S.A. con relación al contrato para la prestación de servicio de Archivo, Digitalización, Custodia y Logística de Documentos del Poder Ejecutivo Provincial”.
También se menciona que “de común acuerdo las partes deciden prorrogar y modificar los términos del contrato original” entre Plumada y la Provincia de Salta, que se había aprobado el 1 de junio de 2006 mediante el decreto 1583.
Pese al sistema republicano de la Argentina, y al artículo 61 de la Constitución Provincial que establece que la administración pública se rige por el principio de la publicidad de sus normas y actos, se desconocen aún los que nuevas condiciones otorgó Romero a Plumada.
El contrato de 2006 por el que la provincia otorgó a Plumada S. A. la guarda de los archivos de la Provincia no estipula claramente una duración y establece, entre otras disposiciones, que si la empresa pierde una caja con documentación sólo se responsabilizará “exclusivamente y hasta el límite máximo del valor kilo papel, excluyendo otro valor que pudiera tener, más un monto equivalente al valor de 1 año de guarda de una caja” (unos treinta pesos).
En enero de 2008 el gobernador Juan Manuel Urtubey se quejó de los precios que debía pagar la provincia por la guarda de archivos , -“vale más barato enviarlos a Miami”, dijo-, pero evitó referirse a la modificación del contrato que Romero le había dejado en herencia y cuyo decreto había sido publicado dos días después del recambio de gobierno.
El 3489, sin embargo, no fue el único decreto sobre Plumada que el gobierno de Romero promulgó antes de su partida. Con la misma fecha, pero con la firma del senador Mashur Lapad a cargo del Ejecutivo, el decreto 3559 dispuso ratificar una resolución –la 5663- del Ministerio de Educación. El decreto fue publicado en el boletín del 13 de diciembre de 2007, pero el gobierno tampoco publicó la resolución.
El decreto y la resolución encomendaron a Plumada S. A la realización del servicio de Digitalización del patrimonio bibliográfico y documental que se encuentra en el Complejo de Bibliotecas y Archivo de la Provincia.
Una semana antes de entregar el Ejecutivo, Romero pagó a Plumada un adelanto de más de tres millones de pesos por esos servicios de digitalización. El año pasado, el entonces director de la Unidad de Renegociación de Contratos (UNIREN) , Emilio Rodríguez Tuñón, recomendó la anulación de esa operatoria por “violatoria de normativas de contratación de la provincia”, según declaró a Nuevo Diario, aunque luego su informe nunca se oficializó ni el gobierno dio a conocer qué pasos siguió respecto de esos adelantos.
A pedido de la diputada Virginia Cornejo la auditoría general de la Provincia investiga desde hace meses la operatoria de la digitalización, aunque se desconoce si ha incorporado en su investigación los términos de la modificación del contrato marco con Plumada dispuesta por Romero en los últimos días de su gestión.

jueves, 30 de julio de 2009

La provincia de los grandes hermanos

Ellos no pueden saber qué hace él, pero él sí sabe qué hacen ellos. Ellos no lo pueden ver, pero él sí los ve. ¿Puede haber una relación más desigual?
Con esas características George Orwell describía el poder del “Gran Hermano” en la novela “1984”.
Escrita para denunciar los horrores del stalinismo, hoy no hace falta toparse con un campo de concentración para darse cuenta que esa clave del poder imaginada por el escritor británico puede servir para interpretar lo que ocurre en Salta, donde sus habitantes tienen cada vez más dificultades para acceder a información sobre lo que les atañe, mientras uno pocos acumulan mayor cantidad de información sobre ellos.
Obtener datos que otros desconocen, aprovecharlos al máximo posible: tal parece ser el medio y el fin de la clase empresarial y política de Salta. El año de 1995 puede ser tomado como el comienzo de la aplicación de esas estrategias y objetivos, sobre todo si se leen las crónicas de El Tribuno sobre la privatización del antiguo Banco Provincial de Salta.
El 7 de noviembre de 1995, a horas del vencimiento del plazo para la presentación de las ofertas, el diario del gobernador electo Juan Carlos Romero, informaba, por primera vez y en letra chiquita, que el nuevo propietario iba a ser el único agente financiero de la provincia por diez años.
Sólo después de esa modificación –que no toma de sorpresa a Jorge Brito, dueño del Macro- el diario comienza a mencionar a ese banco como posible comprador. El 9 de noviembre, cuando informa de la apertura del sobre número uno, el titular del diario lo decía todo: “Sólo al Macro le interesa el BPS”.
Era una verdad a medias. Lo que le interesaba al Macro no era un banco quebrado por créditos dados a los amigos del poder, sino la fabulosa posibilidad que se le concedía: la de manejar no sólo el dinero de la provincia por diez años –y ya van…-, sino también la de atesorar y usar la enorme cantidad de información que venía con ella.
Estremece un poco imaginarlo. ¿Cuánto sabe el Macro de todos los salteños que trabajan en el Estado provincial o en las municipalidades y por tanto cobran sus sueldos en el Macro?¿ De sus ahorros o de sus rojos, de sus gastos? ¿Pero también de los impuestos que pagan o no pagan todos los salteños y, por tanto, de lo que tienen o no tienen? ¿Cuánto sabe, además, del origen y del destino del dinero público? Dos cliks y la información aparece en la pantalla a disposición del manager. Que más que manager es un avivado
Ahora bien, ¿cuánto pueden saber los salteños del Macro? ¿Cuánto dinero ha embolsado por actuar como agente financiero de la provincia? ¿Cuánto ha obtenido con los créditos subsidiados que el gobierno de Urtubey le sigue concediendo? Y tantas preguntas más. Pero al salteño de a pie le será más fácil conocer el nombre de la siguiente novia de Berlusconi.
Diez años después, en 2006, el gobierno de Romero entrega archivos públicos de la provincia a una empresa que hasta pocos meses antes se dedicaba al comercio de golosinas y el transporte de gaseosas.
Imagine cualquiera la cantidad de información que la Policía ha acumulado sobre los salteños y piense que el cincuenta por ciento de la documentación guardada en los galpones de Plumada del acceso a Salta–y en buena parte digitalizada- ha sido enviada por la misma Policía. Añada el sistema de cámaras que un actual juez de Corte instaló en el centro y con las que cualquier mortal que va a comprar unos calcetines es mirado por no se sabe quién en pantallas instaladas no se sabe dónde. ¡Orwell tendría suficiente material para escribir una ficción de horror!
(Aquí, por el contrario, será siempre más reconocido escribir temas de amor para Los Nocheros. Hasta es posible que lo nombren a uno cónsul honorario del lirismo salteño)
En Salta las cosas parecen encaminadas para que unos pocos tomen decisiones con buena y abundante información, y para que la mayoría –en especial en época de elecciones -lo haga sólo a merced de la propaganda. Así nos va.
¿Qué otra remedio tiene semejante concentración de datos en pocas manos que la de abrir canales para que los habitantes de Salta puedan acceder a más y mejor información y decidir en mejores condiciones, aunque sea a la hora de votar? ¿No significaría esto un paso adelante de la democracia que los gobernantes dicen respetar? ¿No ha dicho un politólogo, cuyo nombre no me acuerdo, que luchar por la democracia es luchar por abolir el secreto?
Ahora bien, pídale usted al señor ministro de Finanzas o al señor Secretario General de la Gobernación el sólo dato de cuánto ha cobrado Plumada por mes en 2007 o en 2009. (Las facturas del 2008 ya se conocen, meses después del pedido hecho por la Legislatura y carta documento mediante de una diputada).
Invoque todos los principios que hombres y mujeres supieron darse para garantizarse el acceso a la información y evitar someterse a un Gran Hermano: cíteles el artículo 19 de la Convención Americana de Derechos Humanos, recíteles los artículos 1, 14 y 75 de la Constitución Nacional, léales el artículo 61 de la Constitución Provincial, y muéstreles, por si no se convencen, el decreto provincial 1574.
Diríjase a ellos con el título de doctor que les gusta ostentar. Apele a sus sentidos valores democráticos y republicanos. No se olvide de destacar, por supuesto, sus hondos conocimientos del derecho y de las leyes.
Y, si quiere, alábele también el color de la corbata. Ni así obtendrá una respuesta. Con el ninguneo de rigor los funcionarios intentarán confirmarlo en ese destino tan poco democrático de ser conocido, pero no poder conocer. Y querrán convertirlo, de una vez por todas, sólo en un dato almacenado en una computadora.

jueves, 16 de julio de 2009

Basta con los secretos de Estado

Pego abajo un parte de prensa que envié distintos medios sobre un pedido de información que presenté al gobierno provincial sobre archivos públicos y que no obtuvo respuesta alguna. ¿Porqué acostumbrarnos a que nuestros gobiernos manejen los asuntos públicos como secreto de Estado?


El gobierno no responde pedidos
de información sobre archivos


El gobierno provincial no ha dado respuesta alguna a un pedido de información realizado en mayo de este año acerca de los pagos realizados durante los ejercicios fiscales 2007 y 2008 a Plumada, la empresa privada que desde 2006 guarda y digitaliza los archivos públicos de la Provincia.
Las solicitudes fueron elevadas el 8 de mayo pasado por un particular, Andrés Gauffin, al ministro de Finanzas de la Provincia de Salta, con copia a la Secretaría General de la Gobernación. Pese a que ya transcurrieron más de cuarenta días hábiles, ningún funcionario dio una respuesta.
La guarda de los archivos en Plumada se rige por el decreto 1583 -dictado por Juan Carlos Romero y no objetado por la gestión de Juan Manuel Urtubey-, que establece entre otros puntos que la empresa cobra por cada caja guardada en sus depósito ubicados en el acceso a Salta, y que en caso de pérdida de alguna de ellas, sólo está obligada a devolver hasta el límite máximo del valor kilo papel, más el importe de un año de guarda.
En coincidencia con lo que había hecho la gestión anterior, la actual administración también ha encomendado a la empresa Plumada la digitalización de archivos, como el de las historias clínicas de pacientes de hospitales públicos.
El pedido de información elevado el 8 mayo pasado por Gauffin requiere copia de la documentación respaldatoria de los pagos mensuales y/o anuales realizados por la Provincia a la empresa Plumada durante los ejercicios 2007 y 2008 (órdenes de pago, facturas, recibos, remitos, etc.) y el total de las erogaciones por servicios de esa empresa durante dicho año. Tampoco tuvo respuesta un pedido similar elevado en agosto del año pasado.
La solicitud invocó el decreto 1574/02 dictado por la gestión de Romero, que establece en el primer artículo de su Anexo que “toda persona tiene derecho, de conformidad con el principio de publicidad de los actos de gobierno, a solicitar y a recibir información completa, veraz, adecuada y oportuna, de cualquier órgano perteneciente a la Administración Central, Descentralizada, de Entes Autárquicos, Empresas, Sociedades del Estado y Sociedades Anónimas con participación estatal mayoritaria”.
A los efectos de su aplicación, el decreto considera como información “cualquier tipo de documentación que sirva de base a un acto administrativo, así como las actas de reuniones oficiales si las hubiere”.
De acuerdo a la norma, las solicitudes deben ser satisfechas antes de los treinta días hábiles, que sólo pueden prorrogarse en forma excepcional y con comunicación expresa antes del plazo previsto.
La negativa a responder a los pedidos de información significa no sólo un notorio incumplimiento del decreto, sino también un grave desprecio por el principio de publicidad de los actos de gobierno de un sistema republicano, establecido por los artículos 1, 14 y 75 de la Constitución Nacional y el 61 de la Constitución Provincial.
“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección”, dice, además, el artículo 13 de la Convención Americana de Derechos Humanos, que en Argentina tiene jerarquía constitucional.
El tratamiento de los asuntos públicos como un secreto se agrava cuando lo que un gobierno oculta es nada menos que la documentación que revela su relación con la empresa que guarda sus archivos. ¿Qué transparencia puede esperarse entonces con respecto al tratamiento de la documentación encomendada a esa firma?

Salta, 16 de julio de 2009

domingo, 5 de julio de 2009

Teocracia débil

Conocidos los resultados electorales del 28 de junio en Salta, no debería sorprender a nadie que los próximos candidatos peronistas a cualquier cosa decidan disfrazarse de gauchos para hacer campaña, apelen a cada momento a la identidad salteña y a la lealtad, invoquen a Dios como su guía inmediato y propongan una milicia infantil desde los cuatro años.
Y quieran cerrar la campaña convocando a la procesión del Señor y la Virgen del Milagro el 15 de setiembre y a una posterior rifa de bicicletas, motos y auto cero kilómetro en la plaza 9 de Julio, no bien ingresen las imágenes a la catedral.
Una foto del candidato en la procesión con la multitud a sus espaldas podría incluirse en la volanteada anterior al domingo de las elecciones.
Vacíos de ideas y mensajes políticos, la clase política predominante en Salta se ha lanzado a la caza de los símbolos religiosos e identitarios para utilizarlos en su provecho, y lo hace cada vez con más descaro, como el gobernador Juan Manuel Urtubey o el diputado nacional electo Alfredo Olmedo, cuyo único referente es Dios.
Hay una primera consecuencia natural: en el horizonte mental de esta clase política sólo hay lugar para lo que los salteños “son”, no para lo que desean, ni mucho para lo que pretenden hacer. A los salteños, repiten en distintas versiones, les basta con ser leales a sí mismos y estar orgullosos de lo que son.
No debe sorprender entonces el paternalismo que exhuman las frases, las poses y las actitudes de esa clase política, que pretende convertirse en una especie de guardiana protectora de la identidad salteña, de “lo nuestro” que dicen defender.
No les basta, sin embargo, con usar y abusar de los símbolos durante las campañas. La misma estrategia debe ser utilizada una vez que ejercen sus mandatos, pues la legitimidad democrática de los votos no les parece suficiente.
Así, desde hace unos catorce años los gobernadores se creen obligados a revalidar su autoridad en la misma fuente de las tradiciones que ellos mismos instauraron o se ocupan de incrementar.
De este modo, el gobernador es elegido en las elecciones, pero solamente es investido de poder cuando el 7 de junio se reviste de gaucho en la cabalgata a la Cañada de la Horqueta y cuando unos meses más tarde asiste, piadoso, a la procesión del Señor y la Virgen del Milagro.
Pero no bastaron esos ritos al joven gobernador de hoy, quien si algún cambio persigue respecto de su antecesor Juan Carlos Romero, es el de mostrarse aún más católico y más tradicionalista.
No ha dudado, por tanto, en vestirse de gaucho y montar dos cuadras a caballo en el desfile del 17 de Junio pasado, con lo que hizo aún más pública y sacramental su “investidura”. Pocas dudas caben sobre lo que piensa o lo que pretende comunicar, cuando además no se ruboriza por decir que “conduce el destino” de la provincia, como en su momento Güemes.
Ningún otro gobernador, además, había alardeado tanto en sus discursos públicos de su devoción por los patronos salteños. “Me considero bendecido por el Señor y la Virgen del Milagro por tener la oportunidad de volcar mi vocación en lo que hago”, dijo hace poco tiempo en un lanzamiento de becas estudiantiles.
Poco falta entonces, o nada, para que un Olmedo, o un Urtubey, concluyan en su íntima conciencia de que si ejercen como diputado o gobernador es porque el mismo Dios lo ha dispuesto, no porque le hayan prestado sus votos unos ciudadanos a los que deben rendir cuenta de lo que han hecho.
Si como dice el Diccionario de Política de Bobbio, la teocracia es una ordenación política en la que el poder es ejercido en nombre de una autoridad divina, por hombres que se declaran representantes suyos en la tierra (o bendecidos, da lo mismo), salteños y salteñas, ¡bienvenidos a la teocracia débil!
No son, sin embargo, los no católicos salteños los únicos que deberían preocuparse por “el cambio”. El gaucho que no necesita un 17 de junio para ponerse un sombrero y unas alpargatas porque le hacen falta todos los días, el peregrino que camina noches y días para honrar a su Señor el 15 de setiembre, ¿acaso no podrían, con todo derecho, escandalizarse por la manipulación de sus símbolos por alguien que con ello sólo pretende ganar, conservar o acrecentar su poder?
Aunque muchas definiciones se han dado sobre la laicidad, es obvio que su construcción es una tarea pendiente de la sociedad salteña, si es que quiere mejorar la calidad de su democracia, objetivo que evidentemente está muy lejos de su clase política tradicional.
El politólogo libanés Georges Corm ha dicho al respecto. “La laicidad es una doctrina que protege al individuo de la dictadura del conformismo y de las presiones psicológicas que pueden ejercer sobre él los notables y dirigentes de su comunidad religiosa o étnica; es además una doctrina destinada a preservar la integridad de la religión y de los valores espirituales, resguardándolos de las manipulaciones de los políticos en la competición por el poder”.
Cuanto hace falta que esas ideas arraiguen y se extiendan alguna vez en Salta.

viernes, 19 de junio de 2009

Los fantasmas del miedo

Unas veces pueden hacerte pensar; otras, te dejan la cara mustia o te mueven a risa. Pero hay algunas que se aprovechan de tu miedo o te lo producen. Como los hombres, y como diría cualquier andaluz, hay campañas pa´ to´.
Los afiches y volantes de un candidato a diputado nacional cuyo único referente es Dios –tal como no ha tenido empacho en declarar - aparecieron el domingo pasado desparramados en el frente de mi casa.
“El pueblo es el soberano y Dios es el camino”, dice allí el candidato frente a una multitud a la que, seguro, aquella noche le importaba un corno su extraña teología política y deseaba que de una buena vez se rifase el auto 0Km que el marketing electoral había prometido.
Si se confirma que El mismo en persona señaló a Olmedo con su dedo sería la primera vez que Dios se haya metido tan de lleno en una campaña política en Salta. Hasta el momento se sabía que el Espíritu Santo inspiraba a los cardenales para elegir el Papa, no que designaba y dirigía personalmente a los candidatos a diputados nacionales.
Pero aunque ningún instituto teológico ni de Ciencias Sagradas local haya puesto en duda que Dios se comporte como un Urtubey o un Kirchner poniendo o sacando nombres en la boleta, bastaría una antigua cita para pensar lo contrario: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Lo que en una interpretación más o menos libre podría significar hoy: dejen de meter a Dios en las campañas, no intenten convertirse en sus representantes. Cuando llegan las elecciones, la democracia necesita candidatos humanos y bien humanos, no enviados divinos.
Pues ya es peligroso que un político –como también lo ha hecho nuestro candidato- se convenza de que representa a la patria y haga de la bandera el símbolo de su partido, enviando de paso al infierno de los apátridas a sus contrincantes y a quienes no lo voten. Pero ¿qué se puede esperar si además se convence de que actúa elegido por y en nombre de Dios?
Toda la mezquindad y la pobreza del discurso político salteño parece haberse resumido en las consignas de Alfredo Olmedo: a falta de ideas y proyectos, planearon sus estrategas, veamos cuáles son los miedos de los salteños –no sus deseos- y nos presentemos como su conjuro.
Así, frente a los temores que producen la incertidumbre económica, los conflictos sociales y políticos, la corrupción y la droga, nada puede ser tan emotivamente atractivo como la invocación a la patria y a la familia, que poco y nada anticipa sobre las leyes que promoverá en el Congreso, aunque deje bien en claro que para él todos los problemas se resuelven apelando a la autoridad de un general o de un padre de familia.
Dios, patria y hogar: el de Olmedo es un viejo mensaje ultraconservador que, aunque en mangas de camisa y con gorra, desconfía de la democracia para resolver los conflictos, desprecia la política como lugar de negociación y aborrece los espacios laicos.
Hasta qué punto está dispuesto a explotar esa sensación de caos y desorden en los argentinos puede verse en su llamado a volver al servicio militar obligatorio, aunque con el adjetivo de comunitario. Para Olmedo no es más ciudadanía, y mucho menos más libertad, lo que puede poner algún remedio a la crisis: es, por el contrario, una voz de mando, es la obediencia, y es tomar el país como un campo de batalla.
Hace falta, se decía hace unas décadas, que alguien venga a poner orden en la Argentina. Ahora que, a caballo del cansancio de la democracia, comienza a escucharse de nuevo la misma cantinela, Olmedo se ofrece para hacerlo.
No debe extrañar que tal propuesta restauradora haya prendido en Salta, donde desde hace años una extraña virgen venida del cielo envía mensajes apocalípticos a los atribulados argentinos.
Inteligentísimos, los funcionarios de Turismo se alegran de que la Virgen del Cerro garantice un buen porcentaje de ocupación hotelera durante los fines de semana de todo el año. Pero la visión maniquea del mundo que contagian sus mensajes, la continua invocación en la cima del cerro a San Miguel Arcángel, príncipe de los ejércitos celestiales, y la disciplina moral que se promueve entre los devotos, alguna vez tendrían su correlato político.
Sólo hace falta ver los resultados del 28 de junio para saber hasta qué punto los salteños hemos sucumbido al miedo y a sus fantasmas.

sábado, 6 de junio de 2009

Día del periodista

¡Hagamos la libertad de expresión en público! (y el amor en privado).
Tal podría ser una convocatoria para la celebración el día del periodista en Salta, donde la mayoría de sus habitantes tienen sus propias ideas y sus valoraciones, pero raramente quieren -o pueden- exponerla allí donde muchos la escuchen.
Porque un entramado de relaciones pueblerinas no deja de desalentar la exposición en plaza pública de lo que cada uno piensa. Aquí nos conocemos todos y vaya a saber qué pariente o que conocido se me puede enojar si digo a voz en cuello mis verdades.
Y ni qué decir el funcionario provincial, condenado –mientras dure el decreto que lo designó- no sólo a decir nada, sino a pensar nada: callar y obedecer es la orden silenciosa que, como en cascada, desciende desde el vértice de las jerarquías.
A lo que se agrega un sutil e intricado sistemas de lealtades: la supervivencia impone no pocas veces el cuidado de ese valor tan tradicional de los salteños, grabado a fuego en el escudo y sobre el que los candidatos machacan cada campaña, a falta de discursos más decorosos.
A tono, el arbitrario y discrecional sistema de publicidad oficial parece pensado para que medios y periodistas calibren la exposición de sus opiniones por el grado de disgusto –o peor, de satisfacción-, que puede causar en quien reparte el queso, que en estos ambientes se llama pauta. Así, la virtud de la lealtad se expande a golpes de chequera, o de transferencias electrónicas al cajero de cada cual.
Por otro lado, ¿hasta qué punto el tan cacareado orgullo salteño y ese prejuicio, tan atractivo como atávico, de que todos somos una familia, tienen como correlato el desaliento del ejercicio de la libertad de expresión, en especial cuando alguien se atreve a criticar “lo nuestro”?
Es bien distinta la sociedad que postula quien se atreve a llevar sus ideas desde la seguridad del estrecho círculo de sus parientes o amigos que ya lo ha aceptado como es, o desde su pequeña tribu en el que siempre encontrará la confirmación de sus dogmas, hasta la plaza pública e incierta.
Alguno habrá –es cierto- que lo haga sólo para jactarse de sus opiniones, y otros sólo cuando están seguros que sus frasecitas sacadas de algún libro de moda no le reportarán riesgos. O sólo cuando calcule que repetirlas le reportará algún beneficio.
Pero otros lo harán incuso afrontando riesgos. A la mujer o al hombre que no dimite de exponer sus opiniones, aunque cuando el clima le sea adverso, incluso cuando peligre la acreditación de fin de mes en el cajero: a esos hay que rendirles homenajes. No a los que alaban la libertad de expresión, sino a los que se atreven a ejercerla a la vista y oído de todos.
Mucho mejor si están convencidos que sus verdades sólo son significativas si las dialogan, si las exponen a consideración de aquellos con quienes comparte suerte, condición o destino humano, aunque no los conozca. Estarán construyendo así una sociedad razonable, que también suele llamarse democrática.
Razonable, ha dicho un filósofo cuyo nombre olvidé, no es precisamente alguien que se mueve por la razón: es quien sabe que sus opiniones son falibles y que por tanto, las da a probar a los otros.
Para ello hace falta que las ideas salgan de la comodidad de las cuatro paredes en las que solemos encerrarlas. No hay hombres ni mujeres libres si sólo cuchichean por lo bajo sus ideas, sus valores y sus proyectos.
Por eso, no se hace la libertad de expresión en el mismo ambiente que el amor. Pero si se acierta a cultivarla, su práctica puede resultar tan creativa y humanizadora como el lenguaje que pueden decirse, en la intimidad, dos cuerpos que se aman.

martes, 26 de mayo de 2009

Las lunetas de Yarade, la casita de Romero

El escándalo por la publicidad de Fernando Yarade en los colectivos de SAETA sólo es una muestra más de la arbitrariedad y la desfachatez con la que el justicialismo local maneja el dinero de sus campañas, incluyendo la de Juan Carlos Romero en 2007.
Pero para el gobierno provincial el mayor pecado del presidente de SAETA fue la de dejar en evidencia una de las tantas tretas con que sus conductores de campaña acaparan el espacio público y haber dado una pista de lo que puede gastar un candidato oficialista para imponer su imagen.
Si, tal como dijo la gerente de la empresa que manejaba la publicidad de los colectivos, el propio presidente de SAETA le había contratado publicidad para Yarade por 50.000 pesos sólo para las lunetas de los colectivos, ¿cuánto dinero gastará finalmente en su campaña?
A echarle pluma. ¿Cuánto le costarán hasta el 28 de junio los carteles iluminados para decir que defenderán lo de ellos, las pintadas en las paredes, los minutos contratados de la radio, los alquileres de las unidades básicas abiertas de un día para el otro, los espacios de Canal 11 para mostrar su álbum familiar de fotos, los periodistas –perdón por usar el término- pagos, los acólitos, los viajes, los colectivos, los choripanes, la gaseosa y el tinto para la muchachada leal?
No cuentan aquí los gastos de campaña que correrán a nombre del Senado o del gobierno provincial. Viaticará cada vez que vaya a sacarse la foto de una obra pública provincial al interior. Correrán a su favor los subsidios, los nombramientos, los favores de última hora de su amigo Juan Manuel.
La ley nacional 26.215 pretende hacer más transparente el manejo del dinero de las campañas, pero los candidatos justicialistas salteños suelen cumplirla con la misma desfachatez y descaro con la que reparten subsidios e inauguran obras dos minutos antes de los comicios.
Según la norma, diez días antes de las elecciones los candidatos deben presentar un informe previo detallando los ingresos y los gastos efectuados hasta ese momento y los previstos hasta el final de la campaña. Noventa días después, los candidatos deben presentar un informe final.
Un botón basta para mostrar hasta donde los candidatos justicialistas están dispuestos a informar a los electores cuánto dinero y cómo gastan en sus campañas. Diez días antes de las elecciones del 28 de octubre de 2007, el Frente Justicialista informó a la Justicia Electoral que ya llevaba gastado $ 295.000 en propaganda. Sin embargo, en el informe final, el Frente Justicialista consignó ¡sólo $ 92.662 de gastos por ese concepto! ¿Y los otros 200.000 que según su propio informe previo ya llevaba gastado?
El Frente Justicialista llevó a Juan Carlos Romero como primer candidato a senador nacional en una boleta donde el tercer candidato a diputado era el actual ministro de Trabajo de la Provincia, Rubén Fortuny. Vale la pena también recordar quiénes eran los candidatos a senadores suplentes: allí Pablo Kosiner –actual ministro de Justicia, Seguridad, Derechos Humanos y Etcétera- se quedó en el segundo puesto y le cedió, como un caballero, el primer lugar a la señora Carmen Lucía Marcuzzi de Romero.
En el sitio oficial del Poder Judicial de la Nación (pjn.gov.ar), donde se encuentra disponible esa información, no se aclara si el actual senador nacional o sus acompañantes en la boleta recibieron alguna sanción por presentar un informe final de gastos de campaña absolutamente incongruente con su informe previo.
Pero esas rendiciones tienen otra rareza. Allí los candidatos juraron y perjuraron que no recibieron un solo centavo de aportes privados y que sólo usaron para su campaña los 115.000 pesos del aporte público que recibió el Frente. La declaración parece requerir la misma respuesta que el credo niceno constantinopolitano: un acto de fe.
De todos modos, a Romero le gusta hacer propaganda de su transparencia. En la edición del 11 de mayo pasado de su diario, se ufanó de ser el único senador nacional que había presentado hasta ese momento la declaración jurada de bienes. Lamentablemente, un aviso de último momento impidió al matutino publicar los bienes declarados por el senador.
No obstante, si se echó tan a menos como en su informe final de campaña, es posible conjeturar que Romero declaró en el Senado que vive con su senadora suplente en una casita del barrio Universitario , que tiene un Fiat Spazio 95, una caja de ahorro en el Macro con 930 pesos, y otros 28 en la billetera del vuelto del mondongo que acababa de comprar por encargo de Betina. Y que de ningún modo se está haciendo una costosísima, ostentosa y horrible mansión en Castellanos.
Tal es el nivel de credibilidad de unos candidatos que cada dos años se aprovechan de la democracia, a costa de destruirla un poco más. Tienen sin embargo el cinismo de decir, como en la plataforma de Yarade y compañía, que el futuro de la Argentina está en manos de sus representantes. Nos lo querrán administrar como al dinero de sus campañas.

jueves, 7 de mayo de 2009

Demócratas

Los afiches que vemos en las calles de Salta avisan que se acercan unas elecciones. Muestran , en general, viejos rostros que vuelven a proponerse para un cargo; o rostros nuevos portadores de apellidos repetidos como un eco en cada campaña.
Con otros que suelen ocupar magistraturas, secretarías, gerencias y bancas, tienen una vieja y prioritaria relación que nunca llega a blanquearse del todo: son, entre sí, hijos, sobrinos, esposos, cuñados, amigos, compañeros del equipo de fútbol, socios, amantes, cómplices.
Les gusta en público adjudicarse el adjetivo “democrático” pero cuidan de practicar entre sí todo tipo de relaciones pre políticas: comparten beneficios de una empresa, intercambian influencias, se canjean cargos como si fueran figuritas, comparten los subsidios, telefonean y tratan de “che” a idénticos jueces, o se disputan las primeras filas en las mismas procesiones.
De vez en cuando alguno de ellos tiene un rapto de sinceridad y dice que se presenta para “defender lo nuestro”, esto es, para defender los beneficios de esa clase política que cada dos años -o cuando hay que llenar un sillón del edificio judicial-, sabe cómo conservarse y reproducirse.
Si la democracia pudo transformar las sociedades fue sólo cuando se dieron cuenta de que no tenían porqué estar divididas en dos clases inamovibles: la clase de los que mandan y la clase de los que obedecen. Que el afilador de cuchillos que pasa silbando por la calle podría muy bien presentarse a diputado, aunque no tuviera apellido ni vínculos pero sí alguna idea y una pizca de honestidad. Y que aquel conde o doctor acostumbrado a mandar muy bien podría obedecer alguna vez, si la mayoría lo determinase.
Sin embargo, cada campaña electoral salteña, se presenta para dar al traste con ese principio democrático. Y las caras y los apellidos de verdad nuevos, aquellos candidatos que en vez de hacer prevalecer sus vínculos, proponen unp royecto, terminan condenados a poner su afiche en los pasajes menos transitados y acomodar su boleta al borde del banco, donde el cuarto se vuelve más oscuro.
No es raro tampoco, que los legisladores y ejecutivos de esa clase predominante, por enésima vez ungida en cada comicio, se convenzan de que también están predestinados a dirigir al pueblo hacia su destino, como acaba de decir el gobernador de turno al comprarse con Güemes.
Ignoran así el hecho de que la democracia se ha inventado justamente para terminar con aquellos que tienen la pretensión de conducir a los hombres hacia algún final sagrado. Que, por el contrario, el ideal democrático es que cada uno pueda decidir –sin tutores políticos- qué rumbo darle a su vida, sin que ello signifique ignorar a los otros, ni ser excluido por ellos.
No quieren saber que quienes anhelan vivir en democracia desean que sus semejantes puedan convertirse en socios en igualdad de condiciones en el desafío cotidiano de elegir y de arriesgarse. Y que esto es mucho más digno y más humano que pertenecer a esas familias que se constituyen y se preservan sólo para conservar su seguridad y sus privilegios.

domingo, 19 de abril de 2009

Caninos

Te la regalo, condensar en las cuatro o cinco palabras que caben en un afiche las claves de campaña de un candidato político. Porque la más favorable exhibición de incisivos y caninos se logra con un ortodoncista, que los hay buenos en Salta, y si no se hace tiempo, con el fotoshop. Pero las palabras, ay, son más resistentes que la dentadura, tirando a indóciles y hasta traicioneras. Sospecho que los candidatos las odian en estas ocasiones.
Así que me imagino a los publicistas sudando la gota gorda, exprimiéndose el cerebro para indicar en un puñadito de letras algo que se parezca a una idea o un proyecto y que encima tenga la virtud de atraer la atención y de sonar convincente. Y que exprese sólo eso.
Hace unos días aparecieron en las calles unos afiches con aquel llamado a que no nos roben la esperanza, sin mentar quien lo decía, si el almacenero de la esquina, el pastor del ex América o la mismísima vidente del cerro en comunicación directa con el más allá.
Hasta que al fin apareció quién era el custodio de la esperanza. Un joven con cara de bueno, que en el nuevo afiche desciende entre las nubes, muy dispuesto él a dar la batalla escatológica, cual un San Gabriel en los días finales del Apocalipsis.
Palabras traicioneras, que convirtieron a un aspirante a diputado nacional en un enviado celestial cuya misión parece restringirse a conservar una de las tres virtudes teologales. ¿Pero acaso eso no era de competencia de los obispos? ¿Si gana, no se generará un conflicto de poderes?
De todos modos, pensé, este hombre sabe que ya no queda nada porque todo se lo han robado. Poco ha podido hacer contra estos cacos, así que ahora, mutado en ángel, se dispone a dar la batalla contra los ladrones de la esperanza, que es lo último que se pierde.
En esas cavilaciones andaba cuando me topé con el afiche de otro candidato, recién llegado en el caballo de los comisarios prescindentes. De sus incisivos y caninos de rigor, el publicista hacía salir la clave de su proyecto: “Para defender lo nuestro”. ¡Para defender lo de ellos se presentan!
Leí de nuevo para terminar de darme qué feo habían jugado también estas palabras. El publicista había querido presentarlo como un gaucho valiente dispuesto a dar batalla contra los invasores, pero al menos en mi sólo lo había convertido en un perro guardián de lo que, junto a sus pares, se acababa de apropiar.
El candidato no era ya ni un gaucho, ni un ángel salvador, sino sólo un mastín dispuesto a defender con garras y dientes la presa de su jauría. ¡Y para defender lo de los suyos nos pide el voto!
Palabras traicioneras me dije. O sinceras y terribles, como un hocico que muestra sus colmillos.

miércoles, 8 de abril de 2009

Placer democrático

Viene torcida la mano con las elecciones. Si no he leído mal serán a fines de junio, aunque hasta hace un par de meses eran en octubre. Las bolsas pueden volver a bajar en cualquier momento, la crisis agravarse: si las razones que motivaron el adelantamiento fueron válidas, mañana podríamos despertarnos un poco más pobres y con la obligación de ir al cuarto oscuro antes que al cuarto de baño. Allí nos esperarán, como los muñecos que nos asustaban en el tren fantasma, un hombre que promete producir aún más abogados para Salta (¡me voy de aquí!) sin mentar que en caso de que cumpla su promesa quedará ya chica la autopista a la ciudad (¿habrá que llamarla megápolis?) judicial. También una mujer muy bonita y con apellido de patrona que diciendo que admira a Evita quiere introducirse en la lista de los descamisados salteños, aunque le valgan más los dólares de un banquero nacional para el que trabaja. Y un ex vicegobernador que se presenta ahora como leal a todos los salteños. En efecto, su principal virtud, ha sido la lealtad: lealtad a Menem, lealtad a Kirchner, lealtad, como buen peronista, a todo el que le ayude a conservar o a ganar una cuotita más de poder. Y si aún no te has asustado suficiente, es posible que te encuentres en el cuarto de los horrores con el hijo del director de matutino independiente y sobrino del ex gobernador que a pesar de tener un diario a disposición ha tenido ya el mérito de de hacer notar más sus ínfulas que sus pensamientos, en el caso de que los ejerza.
Por encima de estos muñecos se escucha la carcajada de don Juan Carlos y el del joven Juan Manuel, tan prescindentes ellos como cuidadosos de hacer sus arreglos en secreto, de tal forma que el traidor de 2007 se ha convertido en el buen administrador del 2009 y que el que decía que venía a cambiarlo todo, ahora todo lo conserva.
Me acuerdo en este momento de algunas ideas de Popper y alguna de Aron. (De un inglés y de un francés, porque los pensadores nacionales que tenemos siquiera una vez han hecho un buen insulto contra esta caterva dispuesta a todo para conservar sus privilegios)
La democracia, dicen más o menos aquellos europeos, es un sistema que nos permite deshacernos de los gobernantes sin derramamiento de sangre. Debería serlo, por lo menos. Lástima que ya están muertos porque les preguntaría de buena gana como se hace para deshacerse sin violencia de una aristocracia que además de la riqueza, se ha apoderado del lenguaje democrático para asegurarse que sólo ellos serán electos.
Sólo me viene ahora una turbia moción. Aquel día que nos digan que antes de ir al cuarto de baño tenemos que pasar por el oscuro, obedeceré por supuesto, pero no me quedaré con las ganas.

viernes, 27 de marzo de 2009

Orgullo y fracaso

Iba un día lunes por la mañana a dejar a los chicos en el colegio y a mí mismo en el trabajo, cuando de pronto una grave voz de locutor salteño dijo por la radio. “Tenemos los mejores vinos, tenemos los mejores paisajes, tenemos los mejores no se qué otra cosa, sólo nos faltaba un banco”. Quedé absorto: ¡sólo nos faltaba un banco!
Al rato, no bien prendí la computadora en la oficina, leí en la página de inicio de un matutino local: “Con el orgullo de ser salteño”. Era el slogan de la publicidad de una línea aérea a la que todos los salteños, con o sin orgullo, tienen que pagar para que ningún avión despegue a pérdida (el aviso no tiene una fe de erratas que consigne que donde dijo “orgullo” debió decir “aporte”).
Abrí más tarde el sitio oficial de propaganda del gobernador (salta.gov.ar) y me encontré con la crónica de la presentación, en el Centro Cultural América, de un libro escrito por Pacho O´Donnell que había asegurado en el acto que Güemes nunca había caído simpático a la oligarquía del puerto de Buenos Aires.
El previsto enaltecimiento de nuestra historia y nuestra tradición por parte de un escritor del puerto, su esperado halago, la implícita confirmación en boca suya de que si muchos porteños nos odian es porque lo salteños somos buenos, bien había merecido la presencia del gobernador y medio gabinete en día sábado, más los honores del cambio de guardia.
El sitio oficial no podía dejar de mencionar las también esperables palabras del gobernador. “Es una alegría y un orgullo para los salteños contar con la visita de uno de los mejores escritores del país…”. Si nos halaga, enseñó Urtubey en una expeditiva clase de gusto literario, el escritor es de lo mejor. Acaso es pésimo si nos echa en cara nuestras miserias.
L a fabricación a escala del orgullo provincial ha sido un objetivo prioritario del gobierno de Juan Carlos Romero y ahora lo es para su sucesor. Pero el orgullo siempre viene con derivados: no se puede pensar, por ejemplo, en la obligatoriedad de la religión en las escuelas públicas, sin conectarla con la vieja y estúpida presunción con la que tituló tantas veces un matutino local: Salta, capital de la fe.
Siempre en campaña, los estrategas de los gobiernos peronistas desde 1995 a la fecha han pensado que los salteños no necesitan información, ni tampoco les gusta pensar: sólo hay que darles motivos para hacerles experimentar la más inocente autosatisfacción.
Desde la gestión de Romero, el turismo ha venido como anillo al dedo para ese objetivo. La propaganda oficial no sólo está diseñada para atraer visitantes. Otro efecto buscado es que los salteños se sientan cada vez más contentos de sus cerros y casas coloniales y halagados de que los gringos vengan a conocerlos.
Es una incógnita que todavía aún no tiene respuesta: ¿porqué los gobernadores, su séquitos y su socios quieren que los salteños se sientan orgullosos de lo que ya no pueden modificar (el pasado), de lo que no han hecho (los cerros), e incluso de empresas a la que son obligados a aportar dinero de sus bolsillos (Andes)?
La fusión de Turismo y Cultura en un solo ministerio tiene la misma lógica. Cultura, según los grandes intelectuales de gobierno –no podía faltar el nombre de Martín Güemes-, es todo lo bueno, grande, bello y hermoso que somos, simplemente porque somos salteños, y que los turistas también vienen a conocer, maravillados.
Para variar y no ser menos, a continuación se propone a los responsables de la propaganda oficial una nueva lista de motivos para ser expuesta en afiches y propaladas en las pautas de radio y televisión. Los salteños deben sentirse orgullosos de:
. Tener senadores, diputados y dirigentes gremiales vitalicios y de haber aceptado, por tanto, que en Salta algunas familias nacieron para mandar y una multitud está destinada a obedecer, aunque se le haya concedido la gracia de estar orgullosa de ser salteña.
. Vivir en una provincia donde las alianzas y las redes familiares son más determinantes para el ejercicio del poder, que la sociedad en las ideas y los proyectos.
. Ser parte de una sociedad donde muchos temen poner en público sus valores y pensamientos, y donde unos pocos obtienen prestigio y legitimación política predicando unos principios que poco o nada tienen que ver con lo que piensan o hacen en privado.
. De que se haya convertido a sus instituciones en simples aparatos que legitiman que los que siempre han mandado lo siga haciendo, pero sin inconvenientes de conciencia.
. Que las ideas democráticas y progresistas sólo sirvan en su provincia como fachada para dar grandes pasos hacia atrás.
. Que el cambio sólo haya significado en Salta una renovación de look y de vestuario, la continuidad de los mismos negocios, más la incorporación oficial de una familia en el grupo de privilegiados que cortan el queso.
La lista puede seguir indefinidamente, pero tal vez sea mejor parar aquí. No sea que nos hinchemos de orgullo hasta reventar.

jueves, 12 de marzo de 2009

Una presentación y un sayo

“Al que le caiga el sayo” se llamaban unos versos que publicaba mi abuelo Federico en el diario Norte que dirigía hacia 1935. Describía allí con sarcasmo a personajes de la ciudad en la que vivió los últimos años de su vida.
Muchos han querido ver en el autor de “En Tierras de Magú Pelá” –como alguna vez le encomendó Dávalos- sólo a quien describía las razas del desierto chaqueño de comienzos el siglo XIX.
Pero en los Sayos, Federico hacía algo bien diferente: pintaba con versos irónicos a sus vecinos ciudadanos, dejaba al descubierto sus pequeñas ambiciones y sus grandes simulaciones. Muchos de quienes hubieran querido recibir siempre una consideración pública solemne eran descritos, en esos versos, para la carcajada. En la volteada caían políticos –preferentemente radicales, pues trabajaba en un diario conservador- pero también profesionales y poetas: esa clase que, ya desde aquellos remotos años 30 gusta cuidar su imagen con títulos en dorado y apariciones públicas con vuelo de protocolo.
El título de este blog está inspirado en esos versos de mi abuelo, aunque no haré rimas ni me propongo burlarme de funcionarios, doctores, poetas, reverendos y demás gente importante de Salta.
Lo que pretendo entre otras cosas es sólo mirar esa realidad artificial –no natural- de Salta, reflexionar sobre las relaciones que se establecen entre quienes la habitamos, sobre valores dichos y no dichos, sobre juicios y prejuicios. ¡Sobre tantas cosas que se pueden decir sobre este artificio que es una ciudad! Se me antoja que, cada uno tiene que encontrar en ese ambiente, su propia mirada y su propia voz. (A mí por ahora sólo me ha salido un blog).

Incluiré aquí los artículos que escribo para el Nuevo Diario de Salta y alguna que otra greguería más. De hecho ya está incluida la última que escribí, titulada “Familia salteña”.

Puse dos perfiles. El primero es más oficial pero tan mentiroso como el segundo (Perfil número dos), subido como un post más y escrito, creo, para convencerme de que era bueno hacer un blog.

Por último, pongo aquí uno de los “sayos” que escribió mi abuelo y que muy bien escribiría hoy a propósito de la subordinación de la cultura al turismo, dispuesta por el gobierno de la provincia de Salta. Se ha justificado la medida diciendo que los turistas vienen a conocer “nuestra cultura”. Pues entonces vendría bien recibir con estos versos a quienes nos visitan. Se me ocurre, por ejemplo, que para actualizarlo habría que cambiar Zelaya por Los Nocheros, y alguna cosa más para no romper el ritmo. Aquí va.



Es Salta una maravilla,
nada en belleza le iguala;
los turistas cuando vienen
la encuentran extraordinaria
por sus cumbres, por sus valles
y por el vate Zelaya.

¿Hay algo más estupendo
que las lomitas peladas,
que las calles polvorientas
y las casas arruinadas?

Mirad las aguas corrientes
donde hay todo menos agua;
los tranvías que sólo sirven
para pasto de las llamas
y los perros que de flacos
ya más bien parecen almas

Mirad todo esto y decidme
si de malo algo nos falta.

Perfil número dos

Nací en Salta, Argentina, el 15 de diciembre de 1960, hijo de la almeriense Regina Pérez y del salteño Alejandro Gauffin.
Mi abuelo materno, Vicente, tuvo el ambiguo mérito de haber sido encarcelado por las dos Españas; en 1949 emigró a la Argentina, tras el brillo de una Parker con que lo deslumbró un tío suyo de visita. De mi abuelo paterno, Federico, -hijo de un sueco y una criolla- se han dicho muchas cosas en mi provincia, yo prefiero rescatar una: supo escaparse aún adolescente del seminario e internarse –hace más de un siglo- en un bosque chaqueño aún hoy desconocido por los salteños.
Creo que de mi padre –fallecido en 1967 en un accidente de tránsito- he aprendido a entusiasmarme con el rojo y azul de San Lorenzo de Almagro. Había sido su afición por los libros lo que le llevó a conocer a Regina, vendedora en la entonces recién estrenada galería Continental. Ambos tuvieron ocho hijos (se casaron antes, claro!). Todavía disputo el sexto puesto con una melliza a quien supe primerear en el parto, pero que sostiene la inverificable teoría de haber sido primero concebida.
De niño estudié en las más egregias escuelas locales: primero La Merced y luego el San Pablo y, por si fuera poco, entre medio el Bachillerato Humanista Moderno, del que desde 1995 salen los gobernadores de Salta. Yo sólo duré en sus aulas un año y un mes: no me dio ni para mantenerme, en 2008, tres meses como director de Bibliotecas y Archivos.
Cuando en 1974 cursaba mi primer año de secundaria en el colegio San Alfonso, mi madre se vio ante la disyuntiva de permanecer en una Argentina que ya se desangraba en el caos, tras la muerte del general o de volver a España donde la agonía de generalísimo multiplicaba incertidumbres. Eligió lo segundo.
A Madrid llegamos una calurosa tarde de agosto en la que una madrileña hospitalaria tuvo la gentileza de refrescarnos con una horchata en el Retiro. Algunos meses después moría Franco y tía Virtudes lloraba de emoción cuando veía, en la televisión blanco y negro, a Juan Carlos I pronunciar se primer discurso como rey de España. El locutor aún repetía la última, imposible y estúpida expresión testamentaria del dictador: “Todo está atado y bien atado”.
Contra su voluntad –y la de tía Virtudes- las bragas comenzaron a aflojarse. Fui –justo en mi adolescencia- testigo del mítico destape español que me permitió mirar un par de culos en las tapas de algunas revistas.
Pero en la portada del ABC, también vi la imagen del helicóptero que se llevaba a Isabelita de la Casa Rosada, y, en una revista de Cambio 16 me impactaron los ojitos de Videla, ilustrando una columna que hablaba de gente que desaparecía en la Argentina, aunque los telediarios españoles aun reproducían los partes que les llegaban de Buenos Aires sobre los “enfrentamientos con los subversivos”.
Fracasado el proyecto con el que mi madre hubiera querido quedarse en Madrid, -vender con Virtudes trajes infantiles de torero a turistas- comenzamos a regresar a Salta, uno tras uno. Antes me di el lujo de ser el último suplente de un equipo juvenil de volley del Real Madrid. Con los cinco duros que me pagaban por cada entrenamiento podía comprarme un bocadillo y un refresco. Con un carné, además, entraba gratis al Bernabeu. Todavía me asombra la repentina caradurez de aquel tímido adolescente para pedir que lo prueben. Su mejor perfomance hasta entonces había sido quedar eliminado en primera ronda en los campeonatos Evita de Río Tercero de 1974, con el equipo cadete del San Alfonso.
Regresé con 16 años a mi ciudad natal, ingresé al Colegio Nacional y luego volví a los scouts que había frecuentado en mi infancia, con quienes compartí un par de aficiones: la de acampar y subir algún cerro de vez en cuando y la de filtrear los fines de semana con las guías, una especie de rama femenina.
Pero en aquellos días se fue afianzando en algún lugar de mi conciencia un creciente sentido de misión, de destino que debía cumplir. Pienso ahora que entonces la vida se me representó, muy fuertemente, como un mandato que debía obedecer, nunca –como diría Proust- como un vaso repleto de perfumes (jamás he leído a Proust, pero me parece que leí la cita en un señalador de libro). Manolo, un simpático cura redentorista, se me antojó un mensajero divino que me lo confirmaba, cuando me invitó a entrar al seminario.
Fueron años raros en Córdoba y Buenos Aires, aquellos de los que uno no puede nunca terminar de seleccionar qué arrinconar en el olvido y qué guardar en la memoria.
Guardo algunos afectos. Conservo también el hábito del mate amargo, el recuerdo de haberme emocionado con la lectura de la Biblia en las mañanas cordobesas y el de haberme angustiado con la miseria en el conurbano bonaerense.
Leí en 1979 a Ratzinger (“Introducción al cristianismo”) cuando pintaba para teólogo moderno y aún no escandalizaba, de púrpura y armiño, a musulmanes y judíos. Luego siguieron la Biblia y el calefón: Santo Tomas, Jon Sobrino, Leonardo Boff, textos de Aguer, -el actual obispo de La Plata-, Larrañaga… Hubiera sido imposible digerirlo todo alguna vez, creo que fue acertada la decisión de tirar (¿o regalar?) las fichas que con prolijidad de seminarista hacía de cada libro que leía.
No ser feliz no era, para mi confesor, siquiera un pecado venial, así que pude intentar vivir, sin trabas de conciencia y nada menos que durante nueve años, de acuerdo a esos designios misteriosos reservados para mi. Recién en 1988 volví a Salta, desesperado de tal intento, pero con un título de Bachiller en Teología y un mate grabado que lo acreditaba, y que ya he perdido.
Todavía se me da por lamentarme, inútilmente, de no haber tenido la intrepidez de dejar más temprano aquellos muros del destino, como lo había hecho antes mi abuelo. Darse cuenta a los 27 años que no aún se sabe qué hacer con uno mismo no es un descubrimiento placentero. Creo que como el común de los mortales en su momento de debilidad, hubiera querido que algún enviado divino me señalase una nueva misión, pero felizmente –esto lo digo ahora- esa aparición no se produjo.
Veinte años después concluyo que no era fácil buscar un camino propio en una Salta donde abundaban y siguen abundando las apariciones y los designios. Sin embargo, un día recobré la caradurez –uno se vuelve caradura cuando tiene que sobrevivir- con la que me había ido tan bien en Madrid y decidí golpear las puertas de la redacción de un matutino local. Me recibió un hombre calvo y de ojos pequeños, envuelto en un intenso olor a cuartillas de papel y que hablaba con el trasfondo del tecleo de viejas máquinas Remington. Aquello no era El País de Madrid, ciertamente, pero al fin de cuentas era una oportunidad laboral para mi.
“¿Gauffin?”, me preguntó, dándome pie para capitalizar mi portación de apellido. “Si, nieto de Federico”, le respondí con cierta culpa por aprovecharme de un abuelo que no había conocido y apenas leído. Ahora me doy cuenta que eso era menos que un pecado venial en Salta, donde aún hay gente que saca beneficio de llevar el mismo nombre y apellido de próceres muertos hace doscientos años.
No me salieron tan mal los primeros textos de prueba que mi jefe corregía con fibras rojas. Recuerdo muy bien el día que vi en la página central mi primera crónica. Me habían enviado a una conferencia acompañando a un viejo y desganado periodista. Cuando a la tarde llegaron a la mesa de redacción los textos de mi tutor y el mío, el editor no advirtió que se trataba del mismo hecho y publicó uno debajo del otro.
Sentí satisfacción de que alguien hubiera leído mi noticia, aunque se tratase sólo de la abuela del ignoto funcionario que había dado la conferencia. Hoy pienso que entonces sentí también, muy confusamente, que ese texto se hubiera podido escribir no sólo de dos sino de muchas maneras. Y que, aunque debía responder a unas pautas periodísticas de uso, no tenían un destino prefijado: eran mis dedos sobre el teclado los que se la habían dado.
Mi curriculum dice que me desempeñé como subjefe de noticias locales durante casi una década, la del 90. Escribí algunos pocos textos cuyos mejores elogios –la vanidad no es un pecado capital, a Dios gracias- vinieron de colegas que apreciaba y aún aprecio. Y tecleé muchísimos otros que no merecerían otro destino que los límpidas, silenciosos y sepulcrales galpones de Plumada –la empresa privada que hoy monopoliza archivos públicos y creo también de El Tribuno-, a no ser para saber qué cosas les interesaba publicar entonces a los dueños del matutino.
Trabajar en la redacción de un diario puede ser una aventura cotidiana cuando a las nueve de la mañana, mientras algunos mortales están leyendo lo que escribiste ayer, ya tenés en frente la hoja en blanco y te preguntás qué puta nota podés escribir ahora mismo para mañana. Así lo fue para mí durante algunos años.
Pero oficiar de periodista también puede convertirse en una rutina y de las peores. Me di cuenta que lo estaba viviendo cuando apenas llegué a la redacción un sábado a la tarde para editar los cables, un compañero me suplicó, expresando también mi deseo más profundo: “Por favor, cerremos temprano y vámonos”.
Sentí entonces que tenía que irme lo antes posible. No ayudaba, por supuesto, esa prédica anodina que debía escuchar cada tanto de los ayudantes de campo, mandados por sus directores: “Hay que ponerse la camiseta”. ¿Cómo interpretar esas arengas cuando ya entonces el dueño del diario y el gobernador eran uno solo?
La oportunidad se me presentó cuando, de nuevo, un cura redentorista me ofreció un trabajo administrativo en el colegio de mi adolescencia. Acepté, pero antes me convencí de que el cura no era un enviado divino, ni el trabajo un nuevo destino sagrado.
Hasta aquí lo que quiero contar. Como podría decir Groucho Marx, esta es mi historia pero si no les gusta, tengo otras (je, tampoco leí a Groucho).
Antes de cerrar o mejor dicho para rematar he de decir que desde hace casi 20 años comparto con Gabriela, nacida en Rosario de Santa Fe, mi vida y tres hijos: en orden de aparición, Candelaria, Diego y Lucas. Y que si bien cultivamos el gusto por las empanadas recién horneadas -en lo posible en el comedor de Santiago y con algo de picante- también sentimos un común cosquilleo cuando Fito canta “se proyecta la vida, mariposa techincolor” o cuando Baglietto, con inocultable tonada rosarina, dice: “Todavía me emocionan ciertas voces, todavía creo en mirar a los ojos...”

sábado, 7 de marzo de 2009

Familia salteña

No es cierto que la propaganda es banal, superflua, inconsistente. Quienes la atacan con esos prejuicios deberían caminar por las calles de Salta con la única intención de leer los afiches publicitarios. Seguro aprenderá de la provincia en la que vive mucho más que un alumno de los nuevos manuales escolares que mandará editar el gobierno de la provincia.
Ahí está, por ejemplo, desde hace varios días uno que promociona una cerveza que lleva el nombre de la provincia que habitamos. Ya no lo recuerdo exactamente, pero es más o menos así: un salteño medio dice que el amigo de la novia del primo del cuñado de su tío le conseguirá donde parar, se supone que en vacaciones. El “creativo” tiene razón, en Salta todos nos conocemos o, al menos, pensamos que nos conocemos.
Pero los profundos lazos sociales que unen a los salteños no sólo se hacen operativos al momento de dormir de garrón en Cafayate en la Serenata. Lo que se dice “hacer sociales” se hace durante todo el año y en todas las ramas, y desde hace mucho.
Hace unos años un empresario hubiera podido decir que el decreto del subsidio provincial con el que hizo andar su empresa se lo firmó el “abuelo de los primos políticos de los nietos de mis padres” (su suegro el gobernador).
El mismo ambiente de familia puede hoy percibirse en los municipios vallistos, donde una interventora podría decir que el puesto se lo consiguió el sobrino segundo del primo de su suegro (su esposo el gobernador).
Se equivocan Bourdieu y todos sus seguidores locales que prefieren las alambicadas teorías francesas a la sencilla vida salteña. El capital mas valioso –al menos aquí- es el parental, no el simbólico. Dime qué familia tienes y te diré cuanto vales.
Pero nuestro concepto de familia no es tan estrecho como pueden pensar algunos foráneos. No es indispensable tener un apellido en común. También las relaciones de amistad o, menos sentimental, la simple sociedad de intereses, logran que uno ingrese a esta parentela de los cargos y los puestos. Por ejemplo, para ser designado ministro de la Corte puede ser suficiente haber sido secretario de Seguridad y/o amigo del gobernador que lo propone, o haber contado los votos del partido de un actual senador –que tendrá inocultables intereses en los próximos comicios- condiciones que también bastan para integrar el Tribunal Electoral.
Para casos similares se usa en otros países el horrible vocablo “tráfico de influencias”. También algunos periodistas han hablado de nepotismo, aunque solo para dejar en evidencia la amplitud de su vocabulario. Pero aquí en Salta preferimos decir que todos formamos una sola y gran familia y que ese motivo tenemos que ser orgullosos y leales.
Más que los concursos que acaba de anunciar el gobierno para empleados públicos sería importante poner en el escritorio de los últimos designados en el Grand Bourg un cartelito con su árbol genealógico. Para ahorrar un poco de tinta podría usarse un estilo menos indirecto que los ejemplos anteriores. “Hermano del ministro tal”, “sobrino del secretario mengano”, o tal vez, “primo del diputado zutano”, podría leerse en algunos despachos.
El método también podría probarse para los contratistas. Así, por ejemplo, en ocasión de algún evento un cartelito indicaría: “servicio realizado por la hermana del gobernador cual”. Y así.
Si la idea funcionara, su práctica podría extenderse al escritorio de jueces, secretarios, directores de empresas públicas. Así los salteños nos daríamos cuenta de cuan vinculados estamos.
Una visión individualista y liberal de la vida quiere hacernos pensar que cada uno de nuestros funcionarios llega allí por sus antecedentes personales, o que los empresarios más “exitosos” aquí lo son solamente por su habilidad para hacer negocios y su capacidad para afrontar riesgo. Se olvida así que, como han dicho muchos filósofos, el hombre es un animal social y el salteño lo es por excelencia. Después de todo, porqué no valorar que el salteño vale no tanto por sus méritos individuales o simplemente por lo que es, sino, sobre todo, por sus relaciones.
No sería injusto que alguna organización benéfica distinga con medalla de oro al peronismo salteño de hoy como el de ayer, al de corbata y al de remera, al de tipillo conservador y al que se da aire de joven intrépido, por su ponderación de los valores familiares: los hechos muestran que para muchos de ellos la familia –no sólo aquella primaria de padres, hijos y abuelos- sino también la más extensa de las amistades, las sociedades y las alianzas, es lo primero.
Ahora se descubre con cuanta sabiduría el ministerio de Turismo y Cultura aconseja a los salteños, en el afiche de al lado, salir de vacaciones pero quedarse en Salta. El descanso, claro que sí, también en familia. Lo que uno no sabe es si tal clima familiar merece ser festejado con una cerveza helada o, por el contrario, solo da para seguir carajeando por las calles.