martes, 6 de octubre de 2009

Filosofía oficial

“En Argentina no hay pelotudo que no tenga un blog. Y ponelo en negrita. A la mayoría de los que escriben blog un buen jefe de redacción le metería una patada en el culo y los echaría por la pésima prosa que tienen…” José Pablo Feinmann

La buena prosa del autor de “Ni el tiro del final” ha logrado que el jefe de redacción de Página 12 no le pegue una patada en el culo. De hecho, sigue publicando allí sus columnas con regularidad, como la del 27 de setiembre pasado, titulada “Conferencia en el Libertador”.
Conferencia que él mismo había dado por disposición de la ministra de Defensa, Nilda Garré, y que obedeció un general. (Lo bien que hizo, que para obedecer al poder civil están).
Feinmann repite allí que ha llegado en taxi, tipo de mención que es muy habitual en él. En su libro “Filosofía y Nación” cuenta que mientras iba en colectivo soñó con fundar una filosofía argentina. Así que ahora, recién bajado del taxi, hay que ver qué se propone. Por lo pronto, la columna es un alarde de su bella prosa, una inacabable repetición de frasecitas.
““Subimos la gran escalinata, entramos y estoy ahora en un hall imponente. Son los grandes espacios del poder. Uno tiene que sentirse pequeño en ellos. Conmigo lo consiguen. Toda esa imponencia me puede”.
Aunque ha sido el poder de un gobierno nacional el que ha querido que Feinmann diera su conferencia en el Libertador, Feinmann escoge representarse como un pequeñito, casi como una víctima del poder. “¿Qué hago aquí? Nunca pensé entrar aquí. Y ahora estoy tan optimista que hasta creo que también voy a salir.” Y hasta sus amigos, cuenta en su columna, le sugieren un poco en broma y un poco en serio que lo podrían haber dejado adentro.
Da un poco de pena y de risa un filósofo que para no sentirse culpable de estar tan ligado al poder, pretende mostrase como su potencial víctima.
Pero este hombre también tiene la valentía de enfrentarse a sus propios prejuicios. En el ascensor, se pregunta de dónde había sacado que los militares no pueden ser buenos. Claro que sí pueden ser buenos, deja traslucir después, aunque no tanto por la sonrisa del general que luego tiene en frente, sino porque el militar ha leído muchos de sus libros.
“Además, profesor, usted es un referente de nuestra cultura y queremos oír lo que tenga para decirnos”. Imposible mayor demostración de bondad. Imposible también, indicación más certera de las referencias culturales indispensables para los que buscan ascender hoy en la carrera militar.
La frase, sin embargo, encierra más sentidos: frente a Feinmann, el general ha dejado de ser un militar que actúa por obediencia, para convertirse el representante de un “nosotros” que , tras deliberarlo, han decidido convocar al filósofo. No está de más: el columnista de Página 12 no quiere ser confundido con alguien que adoctrina a unos militares que lo a escuchan por obediencia.
Frente a ellos, hablará durante hora y cuarenta y cinco minutos.
Les pide que se circunscriban a la defensa del territorio nacional, y es imposible no preguntarse si no piensa de sí mismo que es el filósofo garante de la doctrina nacional.
Les da su singular versión de Sarmiento, a quien valora con el extraño recurso de hacerle decir lo que no dijo. En efecto, para Feinmann, Sarmiento estaba enamorado de Facundo Quiroga: su única prueba es que no escribió sobre Paz, ni sobre Moreno, sino sobre el caudillo que enarbolaba el lema “Religión o Muerte”. Así convierte al autor del Facundo en un juguete de la astucia de la historia o de la razón: muy ilustrado él, no se dio cuenta que al escribir estaba enalteciendo al bárbaro que parecía condenar.
También tiene tiempo para extenderse sobre una idea a la que dedicó horas de estudio: que el capitalismo es un sistema cuyo axioma esencial es la desigualdad y que el socialismo fracasó. No hace falta mucha hermenéutica para inferir que el columnista de Página 12 fue a inculcar a los oficiales del Ejército que los argentinos estamos condenados –no al éxito como decía Duhalde- sino a la tercera posición. Esto es, al peronismo.
Feinmann deja su más bella prosa para el final. Invoca el sueño de un país “para todos, en el que todos trabajen dignamente, coman, se vistan, aprendan. Un país en el que los niños estudien y no se desmayen por hambre en las aulas”.
Y remata, esperando el aplauso: “Nadie sabe si es posible. Pero debemos saber que es necesario”.
Habrá que investigar qué regímenes apoyaron los filósofos que pretendieron descubrir las necesidades históricas. En el caso de Feinmann, ya sabemos de su admiración por los gobiernos autoritarios que “hicieron algo por los pobres”.
Allá él con sus autores alemanes, a los que no cita sólo para seguir fungiendo de filósofo nacional. Por mi parte, pienso justamente al revés: que es posible un país en el que los niños estudien y no se desmayen por hambre en las aulas. Y que todos tenemos la obligación de saber que ninguna fatalidad, ninguna necesidad, ni régimen alguno, lo garantiza.
Concluyo. ¿Puede haber algo más peligroso que un filósofo oficial que hable de necesidades históricas a los militares?