domingo, 28 de marzo de 2010

8, 7, 6

“Estábamos discutiendo recién …”, decía hace poco el conductor de 6, 7, 8 después de un corte. Me senté entonces a escuchar, pues en los pocos paneles a los que asisto campea en general el mismo tono monocorde que, incluso cuando se adviertan matices diferentes, evita la crítica recíproca, la refutación de las ideas de fondo y de sus argumentos.
La “discusión” siguió en vivo, pero enseguida advertí que no había, en realidad, ninguna. Por turnos, los panelistas mostraban su destreza para expresar con distinto ropaje el mismo y único mensaje que el programa repite desde hace tanto tiempo: el “desenmascaramiento” de TN, Clarín y todo lo que se le parezca, la demolición de cualquier figura opositora, la justificación sistemática de los dichos y obras de la presidenta o de su esposo.
Terminé convencido que , aunque el canal estatal machaque desde sus anuncios institucionales que “toda la diversidad es nuestra” , al menos en este caso, hay que conformarse con que los panelistas utilicen a veces un lenguaje más chabacano, en ocasiones más intelectual, o más irónico. Para decir siempre, con distintos ejemplos, lo mismo.
Ese clima uniforme tampoco corre riesgos con el invitado de turno: participa sólo para sumar argumentos para las mismas tesis de siempre y también para no hablar de lo que el programa no está dispuesto a hablar.
Asi los panelistas de 6, 7, 8 , parecen integrantes de un grupo de “auto convencimiento”: van todos los días al programa a darse una mano recíproca para convencerse –y de ese modo tranquilizarse- de que están del lado de la verdad. Pero no es posible cumplir ese objetivo, si al mismo tiempo no se convencen que los otros, los que están fuera del programa del canal estatal, son idiotas, o cínicos. Y que basta su condición de tales para que no tengan derecho a la palabra.
Va de suyo que el programa excluye por principio cualquier intento de autocritica. Hecho para poner en evidencia los silencios y los intereses de los “grupos concentrados”, y las dependencias de sus periodistas, los panelistas de 6, 7, 8 no parecen dispuestos en absoluto a pensar sobre sus propias dependencias, sobre los intereses de quienes los han contratado, sobre los silencios que nunca se les concederá romper.
Los montajes, las construcciones mediáticas, los recortes, las puestas en escena, las creaciones artificiales de la realidad sólo son sayos que convienen “a los medios”. Canal 7 no es, en realidad, un medio: es transparente reflejo de lo nacional y lo popular.
Denunciadores de la falsa objetividad de los medios opositores, los panelistas de 6,7,8 divagan desde una “super obetividad”, que no admiten abiertamente, pero que ejercen sin rubor.
Pero los panelistas van mucho más allá. El programa en el que inútilmente quise escuchar una discusión, expuso en un montaje dos figuras: la ejemplar de Jorge Rivas, el actual diputado oficialista que se sobrepuso admirablemente a una cuadriplejia causada por un ataque de delincuentes, y las más enervantes poses y declaraciones de Elisa Carrió.
No alcancé a entender porqué las imágenes de Carrió entre medio de un reportaje a Rivas, hasta que en un momento intervino Sandra Russo: “En definitiva, dijo más o menos y citando a Feinmann, se trata de apoyar a gente buena”. ¡Esto sí que es un recorte, y no macana!
A los panelistas de 6, 7, 8 no le es suficiente con convencerse que están del lado de la verdad y la objetividad: también tienen que convencerse, al borde del peor maniqueísmo, de que están del lado de la bondad. Uno puede esperar semejante reflexión de parte de una vidente de la Virgen, no de alguien que ejerce la crítica en un canal estatal, reducida ahora a separar a los buenos y a los malos.
Trato de pensar qué gobiernos son los que han utilizado esa brutal simplificación de buenos y malos. Y concluyo que 6,7,8 no es un programa que aporte para adelante. Más bien atrasa.