lunes, 16 de mayo de 2011

Cazuela de llama

Cazuela de llama, una receta imperdible para un domingo de otoño invierno. Para cinco personas: Primero, viaje a la feria Alto Comedero. Donde se hace mercado, comprar un kilo y medio. Al regreso, directo al frízer. El domingo siguiente cerciorarse que en el celu no hay un mensaje de invitación a almorzar. Si así es (no invitó nadie), desfrizar, retirar la grasa y trozar. Dorarla junto con unas láminas de tocino y ajo. Retirar y saltar cebolla y pimientos. Luego juntar todo en la olla y agregar dos o tres tomates trozados, más por lo menos un vaso de vino tinto. Si ya llegó la invitación al celu, apagar la hornalla después que esté bien cocinada la carne. Y la guarda para el domingo que viene. Si no, agregar laurel, pimentón, finas hierbas. No nos olvidemos de la sal. Dos puerros en juliana pueden añadirle sabor. Y qué tal un poco de Mozart, para acompañar los aromas con buena música. Nocheros abstenerse. Para el último, la zanahoria igualmente cortada en juliana, más la arvejas. Se acompaña bien con papas doradas. Exquisito, mucho más si uno ha conseguido sacarse de encima los nubarrones de la preocupación y hay buena onda en la mesa. Después puede escribir la receta en el facebook, pensando en los que no invitaron el domingo.

martes, 3 de mayo de 2011

Aproximaciones para una filsofía del sueño o ¡que vivan las sábanas!

“Los que saben tomarse reposo hacen más que quienes toman ciudades e imperios” (Montaigne)

De todo el fárrago de noticias de la semana pasada, una me colmó de preguntas e inquietudes.
Una mujer fue detenida después de que una Auditoría se dio cuenta que compraba en cantidad pastillas que se suelen usar para dormir, usando el “cupo” que tenían otros afiliados.
Según la noticia difundida por varios sitios, la mujer después vendía las pastillas en la cárcel. Pero fueron los “damnificados” quienes sacaron a la luz la irregularidad, supongo yo que cuando se dieron cuenta de que no podían comprar su tableta porque su cupo ya estaba completo.
El sábado por la noche, whisky en mano, comencé a ver la película inglesa “Un año más”: una mujer mayor le pedía a una médica alguna pastilla para dormir. “Quiero dormir, quiero dormir...”, le repetía, desesperada.
Poco después me dormí.
Cuando desperté el domingo –no recuerdo cómo remonté las escaleras, me puse el pijama y abrí las sábanas- pensé qué gran cosa es dormir y qué poco prestigio tiene. Si uno se atreve a confesar que duerme al menos ocho horas diarias lo miran como una especie de delincuente.
En este mundo en el que es debido trabajar 10 o 12 horas por jornada, preocuparse por el futuro y torturar su conciencia con responsabilidades, dormir bien todos los días suena a falta. Ya no se puede echarse un buen sueño sin despertarse con un poquito de culpa.
Pero esa mañana de domingo, por esos azares que justifican un día- y ya no con whisky sino con mate en la mano- abrí justo en la página 943 de los Ensayos, donde el francés dice como al pasar la frase con que comienza esta nota, o post, o artículo, o lo que sea.
Es cierto. Dormir a pierna suelta, serruchar a destajo, apoyar la cabeza en la almohada y casi literalmente morirse hasta que suena el despertador o hasta que la luz nos despierta, debe ser una de las cosas más grandes que uno hace en la vida.
Y más placenteras. Porque no sólo es un placer en sí mismo. El que duerme como un lirón, se me ocurre, ha pasado un buen día. Ha sabido vivir su día.
Claro que me objetarán que hay algunos chantas a los que bien les valdría un insomnio, o al menos una pesadilla. Tipos a los que no les importa nada ni nadie y podrían dormirse -la baba refalándose por la comisura de los labios- en medio de un tsunami.
Pero es que esos tipos ya no viven o viven en un sueño eterno, que es lo mismo que decir que están más muertos que vivos. Y lo bueno, lo grande, es dormir porque se ha vivido.
Ahora me pongo a pensar en los internos de la cárcel que no pueden dormir: se me ocurre que así la pena es aún mayor, puesto que tienen que ver los barrotes no sólo 16, sino 24 horas al día.
Pienso también en los salteños –miles- que si no han tomado la pastilla, no pueden pegar el ojo. Me digo: la calidad de vida en una sociedad está muy emparentada con la capacidad de sus integrantes para dormirse, naturalmente. Pero nunca he visto una estadística con ese indicador.
Se me ocurre también que hay una relación inversa entre pastilla y filosofía: a mayor consumo de tabletas, menor capacidad de vivir. De vivir y de dormir bien. Mientras menos sabiduría se adquiere para vivir –y dormir bien-, más industrias y mercaderes, y hasta sistemas de “salud” dedicados al sueño artificial.
Voy a proponer a los funcionarios del Instituto que junto con las pastillas, le propongan a sus afiliados algo de la filosofía hedonista de Montaigne.
A este punto, puede ser que la nota le haya provocado algo de sueño. ¡Aproveche!