lunes, 22 de octubre de 2012

¿Desde dónde, Forster?

Que las propuestas de Carl Schmitt, “jurista de derecha, católico y compañero de ruta del nacionalsocialismo en los años ’30”, constituyen una de las principales fuentes de inspiración de Carta Abierta y de otros intelectuales que impulsan la reforma de la Constitución Nacional, quedó muy en claro en la charla que el filósofo Ricardo Forster brindó el viernes pasado en la Cámara de Diputados de la Provincia de Salta. Forster inició su alocución con el ya tradicional mensaje kirchenrista contra los periodistas: como no existe la objetividad, todos deberían explicitar su “desde dónde”: desde qué intereses, desde qué ideologías, y hasta desde qué biografía escriben. El “blanqueamiento” de la subjetividad, que han dado en llamar algunos estudiosos de las comunicaciones. Evitó sin embargo dejar en claro desde dónde, desde qué teoría filosófica, había expuesto en la Legislatura sus críticas al liberalismo, su visión de la democracia plebiscitaria, sus sospechas sobre las instituciones, su exaltación del “decisionismo” de Néstor y Cristina: todos tópicos del filósofo alemán Carl Schmitt, que Forster conoce al dedillo. Tuvo la delicadeza, sin embargo, de no reproducir las diatribas de Schmitt contra el parlamentarismo, en una sala de sesiones en la que todas las semanas se sientan más de ochenta legisladores que aún se piensan –o dicen serlo- representantes del pueblo de la provincia. Fue el propio Forster quien en 2010, en un artículo de Página 12, describió al filósofo alemán como jurista de derecha, católico y compañero de ruta del nacional socialismo, es decir, del nazismo. En ese momento, alguien le había recordado su pasión sobre las ideas de Schmitt. Pero el integrante de Carta Abierta se defendió argumentando que otros filósofos como Jorge Dotti, Derrida y Agamben, estudiaron también a Schmitt, sin haberse convertido en nazis. Antes, el propio Forster había ido un poco más allá: escribió que en ciertos pensadores reaccionarios, expresiones de la derecha más dura del siglo pasado, se pueden encontrar intuiciones intelectuales del carácter de la época que difícilmente se puedan hallar en el mundo de los pensadores progresistas: Aún se desconoce qué piensan José Pablo Feinmann, Horacio González y Eduardo Jozami sobre esa hipótesis. La respuesta dependerá de si se consideran de derecha o progresistas. Pero mientras que algunos filósofos citados en su defensa por Forster concluyen que el pensamiento de Schmitt es la más clara formulación metafísica de los campos de concentración nazis, para el propio Forster y para Carta Abierta, ya no es solo un proveedor de intuiciones intelectuales, sino una inspiración clave para el combate contra el liberalismo, el impulso por la reforma de la Constitución y la apuesta por el liderazgo eterno de Cristina Fernández. En definitiva, un jurista de la derecha más dura, un compañero de ruta de nacional socialismo se ha convertido en un inspirador clave del modelo político argentino progresista. Cabe postular que la formación de Forster, su “desde dónde” académico, fue clave para que Carta Abierta diera en su última versión una definición schmittiana del kirchnerismo: “un modo de tomar decisiones bajo el acoso de severas circunstancias políticas”. Definición que el jurista de derecha debe estar aplaudiendo desde su tumba. Forster, al ser invitado en Salta a comentar esa definición, se extendió el viernes pasado varios minutos alabando “el decisionismo” de Néstor Kirchner y su modo de redoblar la apuesta. Pintó al santacruceño como una criatura de Schmitt, aunque evitó dejar en claro quién era el padre de la criatura. Se sabe que para Schmitt el núcleo duro de la política es la decisión que toma el líder en circunstancias extraordinarias, no el abstracto y acaso mentiroso orden jurídico que postula el liberalismo. Siguiendo al pié de la letra la concepción del compañero de ruta del nacional socialismo, a lo largo de su exposición Forster se diferenció de aquellos que creen que la democracia es hija del liberalismo e incluso argumentó para que se concluyera que el liberalismo es lo opuesto de la democracia. “Para algunos la democracia es hija del liberalismo. Para mí no, para mí la democracia es hija de la presión de los incontables de la historia para ser tenidos en cuenta en la suma democrática, contra los intereses del poder, contra los intereses de la elite, contra los intereses de la minorías, contra los intereses de aquellos que acaparaban la mayor parte de la riqueza”, definió. ¿Cómo se expresa esa presión? En la suma democrática de las mayorías exhaltadas por Forster, que a la vez se constituyen en la garantía de la Constitución. Las instituciones liberales –léase Corte de Justicia, Consejo de la Magistratura, la misma Constitución- no son garantías de la democracia: es la democracia la garantía de esas instituciones. La mayoría –y en concreto su líder que es el que toma las decisiones- se convierten en la primera y última regla. Además del prácticamente explícito desprecio por las minorías, en especial por las minorías políticas, en la concepción democrática de Forster –lo mismo que en Schmitt- quedan formuladas las condiciones de incineración de los derechos y las libertades individuales. Para Forster, la democracia no debería distribuir el “poder” –como ha intentado pensar, por ejemplo, Bobbio-, sino “el pan”. Este ideal que nadie podría objetar, sin embargo, encierra una definición de la convivencia política que el filósofo no quiso del todo explicitar en su discurso ante su auditorio salteño: el grupo que es identificado como opuesto a la distribución del pan es inmediatamente calificado como enemigo. De allí su sonsonete contra el consenso, y su enaltecimiento del conflicto. La mala conciencia de esta versión argentina de Schmitt, sin embargo, no puede no expresarse. Pese a todo su enaltecimiento de la democracia plebiscitaria, la única vez que se refirió al golpe de Estado de 1976, Forster no se lamentó primero por el quebrantamiento de la voluntad de la mayoría, sino por el quebrantamiento del “estado de derecho”: acaso sabe que el orden jurídico era una garantía indispensable en un país cuya mayoría había elegido como presidente a un hombre viejo y ya casi incapaz, y que se hizo acompañar por su mujer, como vicepresidenta. Mujer electa democráticamente que, sin embargo, cuando ejerció la presidencia, amparó una banda estatal dedicada a violar sistemáticamente los derechos humanos: el crimen del periodista Luciano Jaime en Salta, en febrero de 1975; fue el crimen de un gobierno democrático. Queda aún saber porqué Forster ya no quiere reconocer su “desde dónde”. Tal vez porque su inspiración en un hombre de la derecha más dura, compañero de ruta del nacional socialismo, no se lleva bien con sus públicos lamentos por el genocidio judío. Tal vez también porque queda muy en claro, que la intelectualidad nacional y popular se nutre del pensamiento de un alemán. Y que en sus luchas contras las libertades, han tenido que hacerse compañeros de ruta de uno de los hombres más reaccionarios del siglo pasado.