lunes, 26 de julio de 2010

Moral oficial en la Salta colonial

“Por su parte, Urtubey afirmó que el ser salteño está resumido en el gaucho, con sus valores familiares y religiosos” (del parte de prensa oficial)
Desde que comenzó a ponerse ropa de gaucho para presidir el desfile del 17 de junio, Urtubey ya no se presenta a sí mismo como un político que por haber ganado unas elecciones administra una provincia. Se promueve, mucho más que eso, como un custodio y un educador de la identidad salteña.
Antes, el gaucho tuvo que ser sometido a una metamorfosis: ya no es símbolo de la independencia ni de valentía como alguna vez parece que fue; en los tiempos de Romero y Urtubey sólo es el baremo con el que se quiere medir a lo salteños.
Gaucho cada 17 de junio, Urtubey enseña lo que no puede faltar a la hora del examen de identidad. Es a la vez un resumen y una guía: con sus botas y sombrero encabeza él mismo el desfile de los gauchos. Es la cabeza de todos los salteños de ley.
Habitan Salta, según este pensamiento del gobernador, salteños de primera, de segunda, de tercera o de cuarta, según se acerquen más o menos al resumen que él mismo representa.
Pocas veces un gobierno provincial se había involucrado tanto en el enaltecimiento de una identidad y una moral oficial. Si los sociólogos pueden describir sociedades a partir del uso que le dan a los espacios públicos con Salta, en donde se usan para enaltecer una identidad y una moral, podría hacerse un festín.
Pero el gobernador no es el único político que propone una moral oficial. El diputado nacional Alfredo Olmedo la predica también, pero en una versión más descarnada. Lo suyo es un envite a las preguntas. ¿Cómo es posible que una persona que se ha separado y que no teme mostrarse en público sus roces con modelos, se convierta a su vez en un acérrimo defensor de la familia?
Limitarse a tacharlo de incoherente es poca cosa. Porque es muy posible que la exposición de sus relaciones privadas sea parte de su mensaje, tanto como sus discursos morales.
El mensaje podría ser el siguiente: no importa cuál es la moral que efectivamente se siga en la vida privada. Lo importantes es qué tipo de moral se proclame en el espacio público. Todo podría estar permitido, pero solo una moral puede ser dicha y normada. Un solo orden moral puede ser admitido oficialmente.
No es una propuesta demasiado nueva. El historiador peruano Luis Miguel Glave refiere que en la época colonial “no era tan pecado fornicar, como decir que fornicar no era tan pecado”.
Es la Salta colonial, de la que algunos personajes públicos sacan más réditos que los hoteleros con la recova de la plaza 9 de Julio. La Salta colonial que parece tener más posibilidades de conservación, que el mismo Cabildo ante la “modernización” de la ciudad.
La que permanece entre nosotros, por más desfiles gauchos que presida el gobernador.