miércoles, 2 de noviembre de 2011

El bolsillo proscrito

Corren malos tiempos para el bolsillo. No porque la crisis económica los haya hecho enflaquecer. Todo lo contrario: Mitre, Rosas, Sarmiento y hasta Roca siguen mirando hacia no se sabe dónde desde papeles cada vez más gastados. Signo de que continúan su trajín diario de pantalón en pantalón.
¿Cuántos bolsillos argentinos, me pregunto en mis horas más filosóficas, conocen nuestros próceres, desde los de seda, a donde sólo se guarda lo justo para dejar la propina al garzón del hotel cinco estrellas, o de tela de guardapolvo, con miguitas y algunas pelusas, de las que el alumnito saca, ansioso, las cinco guitas que vale el sánguche de salame y queso?
El mal momento que está pasando el bolsillo comenzó cuando algún envidioso del triunfo electoral ajeno se las tomó con el de los más pobres. “Seguramente han votado con el bolsillo”, sentenció, imaginando que con tamaña afirmación ponía bajo irremediable sospecha los resultados electorales del 23 de octubre.
Como si eso hubiese sido una descalificación inaceptable, un agravio, enseguida salieron unos curas –lo contó Página 12 en su edición dominical- para negar rotundamente que los pobres hayan votado con el bolsillo, y en cambio afirmar que lo habían hecho con el corazón.
El bolsillo quedó en medio de la balacera post electoral y terminó perdiendo.
Perdió el poco respeto que le quedaba. Aún más, fue proscripto electoralmente: si continúa la tendencia, el día de las elecciones deberá limitarse a guardar el DNI, y estará conminado a no opinar, no decir lo suyo, so pena de que el voto de su dueño sea inmediatamente impugnado por interesado, vil, despreciable, abyecto.
Votar con el bolsillo será un crimen electoral mucho más grave que difundir una encuesta de boca de urna a las 17.59 del domingo, o entregar un voto a dos cuadras de una mesa.
Tal vez haya sido la intervención de aquellos curas lo que haya echado algo de luz sobre las razones de la mala prensa del bolsillo. Nada más la comparación con el corazón lo empieza a dejar en una posición desfavorable.
Desde hace siglos, la humanidad no se ha contentado con que el corazón bombee sangre. Como si esa no fuera una función que le exige dedicación 24 horas al día, le ha hecho también sede y guardián de los más elevados sentimientos humanos. Esto ha hecho muy conveniente que cualquier acción humana que quiera ponderarse se motive en el corazón.
Y tal tendencia ha sido simultánea con unas veces soterrada, otras manifiesta, denigración del bolsillo. Si el corazón se convertía en el símbolo de lo espiritual y generoso, el bolsillo se convirtió en la huella de lo interesado, egoísta y material.
Tampoco, es cierto, ayudó al bolsillo su ubicación en el pantalón masculino: casi en la entrepierna, muy cerca de lo que desde Adán se tapa y no se nombra, por impuro. Se entiende que aquellos curas lo hayan maltratado tanto.
Tanta mala prensa no parece fácil de remontar. Tal como están las cosas, parece más posible que los jóvenes de 16 años sean habilitados para votar, que se admita que el bolsillo opine libremente el día de las elecciones.
En realidad, no puede con su genio, lo hace siempre. Lo que parece que no está permitido es admitirlo. El bolsillo opina siempre y más de una vez decide el voto. Sólo falta reconocerle formalmente ese derecho. Reconocerle también su derecho a acertar. Y a equivocarse.

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