domingo, 12 de mayo de 2013

El cuento de la caberetera que derrotó al general

Pocas veces una película se estrena tan en el momento justo, como “Puerta de Hierro”, dirigida por Víctor Laplace, quien también hace de Juan Domingo Perón. Justo cuando se están cumpliendo los cuarenta años de la elección de Héctor Cámpora -11 de marzo de 1973-, de su asunción como presidente -25 de mayo de 1973-, de la masacre de Ezeiza en el regreso de Perón -20 de junio de 1973-, y de la expulsión de Cámpora del gobierno – la película le llama renuncia- en los primeros días de julio de 1973. Justo también cuando la Justicia tiene que empezar a decidir acerca de la responsabilidad de la triple A –y de sus amparadores políticos- en algunos crímenes cometidos de 1973 a 1975. Justo cuando a una jueza argentina se le ocurre comenzar a tomar declaración de víctimas de la dictadura del generalísimo, así se hacía llamar, Francisco Franco. Aunque supuestamente filmada para narrar los últimos años de Perón en Madrid, hasta 1972, la película financiada por el Instituto Nacional de Cine Argentino y los gobiernos peronistas de Chaco y San Juan está hecha justamente para terminar sepultar en el olvido aquella historia de 40 años. Para oficializar en el cine nacional y popular la versión exculpatoria de Perón sobre los centenares de asesinatos cometidos por la AAA –incluida la masacre de Ezeiza- e inducir que esa violencia fue posible sólo por la locura de un brujo llamado López Rega. Y para dar a entender que, a pesar de haber sido protegido por Franco en sus 17 años de exilio, Perón nunca tuvo nada que ver esa dictadura. De allí precisamente, la aparición de Sofía, una costurera hija de republicanos, cuya inexplicable aparición en la película hace demasiado evidente el maquillaje al ex presidente. Por supuesto, la costurera termina rendida de admiración ante nuestro gran argentino. El mensaje está muy claro: Perón no es un aliado de Franco, sino alguien a quien admirarían los mismos republicanos españoles masacrados por el generalísimo. Refuerza esa idea un diálogo proporcionado por las fantasías de Laplace y Dieguillo Fernández, su socio en la dirección. Mientras planean el primer intento de regreso, Perón les dice a sus aliados que es “más amigo de Castro que de Franco”. Parece que el general no sabía apreciar todo lo que el dictador hacía por él: la misma película muestra que la quinta 17 de Octubre está bien resguardada por la policía de Franco y que el primer y fallido intento de regreso se hace a bordo de un avión de la compañía estatal española. A este punto, uno espectador del común se pregunta por qué Perón –si era tan amigo de Castro- quiso seguir en la España nacional católica de Franco, acompañado de María Estela y su brujo en Madrid, y no se marchó a La Habana en busca de sus amigos y con la mujer española que lo admiraba, que además era mucho más bonita e inteligente que la cabaretera que había conocido en Panamá. Pero no. El viejo decide quedarse en Madrid, con Isabelita y el brujo, sin que el guionista sugiera alguna explicación para tamaño desafío al sentido común que asume el Perón-Laplace. Y vaya si tenía motivos para marcharse de Puerta de Hierro. En un momento, Perón espía tras una puerta cómo su mujer ensaya un encendido discurso político, bajo la dirección de López Rega, preparándose para asumir el papel de conductora del movimiento cuando su esposo desaparezca. Ni una pista acerca de por qué Perón sólo atina a mover, contrariado, la cabeza. Filmada para remozar la antigua teoría de que Perón fue víctima del entorno, la película de Laplace usa una metáfora sugestiva para remachar el mensaje: una sesión de esgrima de la pareja en la quinta 17 de Octubre termina cuando Isabelita le acierta una estocada en el pecho a Perón: el entorno ha derrotado al líder; la cabaretera, al gran estratega. Que de todos modos, según la película y para restarle aún más méritos al general, regresa a la Argentina no para cumplir un proyecto propio, sino el de Eva Perón, con cuyo cadáver dialoga en la quinta antes del retorno. Perón sólo se justifica por Eva. Quien se tome demasiado en serio la imagen heroica que de Perón brinda algunos pasajes de la película puede darse con las narices con este general que, derrotado por una mujer de poca luces y afecta al espiritismo, sólo vuelve a la Argentina para cumplir con los sueños que le transmite el cuerpo embalsamado de su primera mujer. El Perón que, según la película, se dispone en 1972 a regresar definitivamente a la Argentina es un Perón marchito: por eso camina por las calles de Madrid –una vez que se ha despedido de la costurera- mientras suena el tango Volver…: sus compases no son sólo una concesión al sentimentalismo argentino. No es una imagen demasiado inspiradora para un líder, pero al menos sirve para a exculparlo de decenas de asesinatos cometidos en su nombre cuando llegaba a Buenos Aires y echárselos, sin más, a la cuenta de un brujo y de una mujer espiritista. Versión que, al mismo tiempo y sobre todo, es auto exculpatoria. Quienes apoyaron a Perón –y aún medran con su figura- tienen en las diversas formas de la teoría del entorno la coartada para no hacerse cargo alguno de los crímenes políticos cometidos por la triple A durante los gobiernos de Juan Perón y su señora esposa: un documental que pasaba el propio INCA esta semana los contaba hasta mil quinientos. Por eso hacía falta también que la película no dijera ni una línea de la masacre de Ezeiza, ni de las circunstancias en que fue derrocado Cámpora, sino que tan sólo diera cuenta en una línea –para rematar el mensaje- que tras la muerte del general y con el gobierno de Isabelita, se desató la represión en la Argentina. “La actitud de Juan D. Perón ante todos estos episodios es el centro del tabú que rodea a la masacre de Ezeiza, el más prohibido de todos los temas”, escribió en 1986 un Horacio Verbitsky, que, lejos de su pesada carga del periodismo militante de hoy, en ese año había llegado a la conclusión que Perón le había dado cobertura política a López Rega para convertir la expulsión de Cámpora en una “carnicería”. Pero para cumplir los objetivos de la película, era necesario continuar con el tabú y seguir sin abordar el más prohibido de los temas. “Perón murió en 1974. Este episodio ya pertenece a la historia. Es hora de contarlo sin omisiones”, concluyó Verbitsky su libro sobre Ezeiza, allá por 1986. En 2013 sus socios políticos aún insisten con el cuento.

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